25.5.06

Enigma


El enigma de tu silencio inflama el olvido... hay... miedos flotando en el olor de tu mirada... el sublime aliento de tus letras descubre la nada... ronda la penunbra... desiste la magia y danza la razòn... aparta los recuerdos... deja emanar las luciernagas chispeantes del misterio... dejate guiar por lo intangible... que tus colores... tus sensaciones vuelen con tus sueños... arriesga soltar tu pasiòn que... agitada intermitente se muestra a mis impulsos... permiteme navegar en tu sonrisa... desear tu calidez... porquè insisto en descubrirte?... las preguntas se escurren entre las lineas que me dejas... siento latir tu fuerza y tu incertidumbre... he vibrado en tu sorpresa... y admird0 tu esencia... las flores del silencio... las espinas del enigma son los puentes a tu encuentro... sutil explosiòn comedida... estrujada... una vez mas deseo sumergirme en la terquedad de tu olvido... darte mi aliento... saborear.................... tu aire...

Desconozco el Autor.

Luz


De los rayos del Sol por quien me guío llega la luz al alma, que la enciende,y las delgadas venas brava ofende y del presto calor destierra el frío. Miro la pura imagen del bien mío con aquella verdad que el alma entiende, y cuanto más la miro en mí se emprende la cierta luz que al corazón envío.Presente queda y vive en mi memoria, entrando por mis ojos de sus ojos, en los cuales Amor tiene más gloria. Por ellos bebe el bien y los enojos, que Amor dio a su belleza la victoria, como a causa mayor de sus despojos.


Textos: F. de Herrera.

21.5.06

Mi Taza de Cafè.


La tarde está muriendo detrás de la vidrieray pienso mientras tomo mi taza de café.Desfilan los recuerdos, los triunfos y las penaslas luces y las sombras del tiempo que se fue.La calle está vacía igual que mi destino.Amigos y cariños, barajas del ayer.Fantasmas de la vida, mentiras del caminoque evoco mientras tomo mi taza de café.
Un día alegremente te conocí, ciudad.Llegué trayendo versos y sueños de triunfar.Te vi desde la altura de un cuarto de pensióny un vértigo de vida sintió mi corazón.Mi pueblo estaba lejos, perdido más allá.Tu noche estaba cerca, tu noche pudo más.Tus calles me llevaron, tu brillo me engañó,ninguno fue culpable, ninguno más que yo.
El viento de la tarde revuelve la cortina.La mano del recuerdo me aprieta el corazón.La pena del otoño agranda la neblina:se cuela por la hendija de mi desolaciónInútil pesimismo, deseo de estar triste.Manía de andar siempre pensando en el ayer.Fantasmas del pasado que vuelven y que insistencuando en las tardes tomo mi taza de café.


By Homero Manzi Lyrics.

Callar... pintar...

Un hospital es siempre un sitio caótico. Un espacio habitado por imprevistos, desorientación y un sonoro silencio ficticio. Bajo esa aparente calma se ocultan pliegues de vértigo y confusión. Uno es allí siempre extranjero, cautivo de su atmósfera impersonal, ingrávida.La habitación de Valentina era sin embargo luminosa y amplia. Desde sus ventanales podían verse con claridad las copas de los árboles y un fragmento de cielo deliciosamente recortado por los límites de la ventana. La cama, inusualmente alta protegía mediante dos barandas metálicas el cuerpo de la enferma que la ocupaba. La cabeza con el cabello recogido, el rostro limpio y adormecido, las colchas dobladas con precisión artesanal. El brazo derecho se extendía por fuera de las ropas y desde él partían o llegaban una serie de cánulas conectadas a tres frascos pendientes de un pie metálico. El conjunto resultaba armónico, fatalmente sereno y, tal vez por ello, siniestro.Su esposo descansaba sentado sobre un pequeño sillón, absorto en sus pensamientos o en las proximidades del sueño. Joven aún y vestido con elegancia pero sin ostentación respiraba sonoramente aunque sin esfuerzo. Algo - no sabría especificar qué - delataba cansancio pero no agobio, una fatiga inscripta en el cuerpo que le llegaba desde un tiempo inmemorial como si siempre hubiese estado allí.La entrada del médico produjo efectos inmediatos. Un sobresalto en el hombre que abrió sus ojos y se puso de pie en un único acto y un trémulo estremecimiento en la mujer, algo menor, apenas perceptible. Seguido por una asistente madura y obesa el doctor se acercó a la enferma. La observó, tomó su mano, miró el complejo sistema de tubos que salía o ingresaba en su cuerpo y rápidamente fijó su mirada en el marido.-Me han informado que ha decidido llevarse a su esposa a casa. Vine a discutir ese tema con usted.-Creo que ya lo hemos discutido doctor.-Hemos hablado del estado de salud de Valentina, de sus posibilidades, pero en ningún momento de sacarla del hospital.-Yo no encuentro los límites entre un tema y otro.-Pues yo sí, y muy claramente.-Sus fronteras no son las mías doctor. Le agradezco su preocupación pero nuestros criterios no coinciden.-Valentina morirá en su casa, en poco tiempo.-¿No sucedería eso también si se queda en el hospital?-Si, pero más tarde, y en otras condiciones.-No creo que a ella le interesen ninguna de las dos cosas. -¿Va a decidir Ud. por ella?-¿Hay otra alternativa? O cree que Ud. está en mejores condiciones para hacerlo sin haber escuchado jamás su voz, sus creencias, sus deseos.-Dispongo del conocimiento que me permite evaluar la situación de un modo más objetivo. Puedo abstraerme de sus emociones y evaluar el caso con neutralidad.-Se lo agradezco sinceramente doctor pero no estamos interesados ni en su objetividad ni en su neutralidad. No ahora, no en estas circunstancias.-¿Qué le ofrecerá en su casa que acá no tenga?-Un lugar habitable, una historia, la intimidad y la dignidad de despedirse en un espacio que ha sido el suyo.-¿Si se trata de confort?-No se trata de confort.-¿Si quiere recibir más visitas?-No se trata de visitas.-¿Podemos solicitar un subsidio para solventar los costos del tratamiento?-No se trata de costos.-Lo comprendo aunque no lo justifico. Estamos empeñados en un combate frontal contra el mal que padece su esposa. La enfermedad y nosotros en una lucha cuerpo a cuerpo. Valentina es simplemente el campo de batalla.-Son esos justamente los argumentos por los que nos vamos a casa. No estoy dispuesto a convertir a mi mujer en campo de batalla si ello no implica una posibilidad razonable de vencer.-Entonces haré los arreglos y le dejaré una forma de contacto ante cualquier eventualidad. Puede contar con nosotros cuando sea necesario.El médico y su asistente se retiraron. Hacía 25 años que estaban juntos. Las cosas se sucedieron naturalmente, casi sin proponérselo. La primera casa: austera pero confortable. El primer hijo: deseado y recibido con alegría. El trabajo: liso, blando, sin sobresaltos. El país: rugoso, áspero, imprevisible. Las vacaciones: regulares, pero sin entusiasmos.Fernando pintaba desde la adolescencia. Tenía afinidad por la luz y una mirada infrecuente, lo que le permitía producir imágenes extrañas y perturbadoras. Podía ocupar todas sus noches encerrado ensayando perspectivas y mezclando colores. En ese pequeño espacio encontraba una rara inquietud que lo rescataba de la indiferencia de todas las cosas. No pocas veces se avergonzaba de esa sensación. Entonces decidió callarla, incluso para sí mismo. Vivía la experiencia pero jamás reflexionaba sobre ella. Valentina pudo, pero no quiso, ingresar a ese universo. Tampoco esto le ocasionó mayores angustias. Supo, que para siempre, ese sería su reducto personal, íntimo. Le resultaba imprescindible pero nunca sintió la necesidad de compartirlo ni de ocultarlo.Al poco tiempo de vivir juntos recibió el pedido de su mujer como si lo estuviese esperando. No opuso resistencia. Sospechó que era un hecho trascendente y que algo torcería su rumbo de manera definitiva desde ese momento. Pero lo aceptó con fatalidad y una sorda resignación. Supo que algo callaba para siempre pero no pudo nombrarlo.Invirtió todo un domingo en guardar sus implementos en cajas de cartón y proteger con diarios viejos las obras ya finalizadas. Tiró a la basura los bocetos y varios intentos abandonados hacía tiempo. La minúscula habitación de la terraza se convirtió en sala de planchado. Un olor a ropa húmeda y un calor pegajoso lo expulsaron de allí durante los últimos 22 años. No había por que volver y no volvió.Los primeros dos días con Laura en casa se sucedieron con relativa calma. Ella permanecía sumergida en un letargo ausente y había que fijar la atención con mucha intensidad para percibir algún signo de vida en su cuerpo. No se quejaba, pero eso hacía que tampoco emitiera el único signo de comunicación con el mundo. Fernando no supo qué era peor. Permaneció a su lado pasivamente, de día y de noche. Comió, durmió y recordó a su lado. Ni la enfermera ni su propio hijo lograron alejarlo de allí en ningún momento. No podría decirse que lo movía un sufrimiento atroz. Tampoco una indiferencia ciega. Sintió que debía permanecer allí y allí estuvo.Al tercer día subió al cuarto de planchado para regresar más tarde con un atril de madera envejecida y dos lienzos amarillentos. Los ubicó frente a su mujer de manera que recibieran toda la luz que provenía directamente desde la ventana. Enjuagó pinceles y ablandó los pomos de pintura. Tuvo que descartar la mayoría por inservibles pero logró reunir una cantidad suficiente. Se detuvo un largo rato observando la escena antes de comenzar a dibujar con carbonilla negra sobre la tela. Desde entonces no se detuvo más. Pintaba y dibujaba durante horas sin emitir sonido y mirando a su mujer sólo cuando el dibujo lo requería. Cada dos o tres días, según el caso, consideraba finalizado un cuadro y lo ubicaba debajo de la ventana. Lo observaba con atención, "clínicamente" y dejaba una pequeña esquela debajo del lienzo con observaciones. "Está perdiendo expresión en el rostro" o "ahora se observan claramente signos de adelgazamiento" o "desde el Jueves no mueve los labios" o cosas por el estilo. Luego se dormía en el sillón sin otros comentarios.Fue necesario que la enfermera y su hijo se ocuparan de proveerlo de insumos para su tarea. No tenía que solicitarlo, ellos inventariaban las reservas cada día y se ocupaban espontáneamente de reponer lo faltante. Ninguno de los dos logró, y no por que no lo hubieran intentado, establecer una conversación con Fernando. La única vía de relación parecía restringirse a sus escuetas observaciones escritas al pié de cada obra. Fuera de eso, silencio, sólo silencio.Su hijo repartía su dolor entre la figura inerte de su madre y la ausencia sombría de su padre. Sintió que ese hombre sufría, aunque no supo exactamente por qué. Siempre había tenido una sensación semejante respecto de Fernando. En realidad aquella distancia sorda que hoy los separaba no era muy distinta de la que siempre había percibido. Sin embargo no sentía ahora, ni lo había sentido nunca, resentimiento o rencor. Más bien esto generaba en él una solidaridad y una piedad infinitas hacia su padre. Jamás pudo explicarse los motivos y nunca le resultó importante hacerlo. Supo esta vez, como tantas otras, que algo secreto y silencioso lo unía firmemente a ese hombre. Sintió el mudo lenguaje con que su padre le hablaba, el mismo con el que le había hablado siempre. Entendió, esta vez con una brutalidad aún mayor, el código con que Fernando lo amaba. Ese amor inefable y visceral con que un hombre ama a un hijo. Sintió otra vez en la punta de los dedos la fuerza con que él lo tomaba de la mano al salir de la escuela. Volvió a sentir el estremecimiento con que aquella presión y aquella piel lo hacían sentir protegido, inmortal, invulnerable.Tampoco ahora necesitó palabras, y no las pidió.Desde que abandonó la casa paterna para instalarse solo en un pequeño departamento, la falta del padre lo acompañaba a diario. Periódicamente lo esperaba a la salida de su trabajo y caminaban juntos, casi sin pronunciar palabras, el largo camino de vuelta a casa. Ambos se sentían reconfortados, los dos entendían que era suficiente y no se reclamaban más. Cada noche el hijo ingresaba en la habitación y besaba a su madre en la frente. Prolija hasta la exageración, peinada, frágil, olía a lavanda y a muerte. A Fernando lo abrazaba deteniéndose largamente y le retorcía el pliegue del codo en un gesto que venía desde su infancia y que sabía que a él le molestaba pero aún así recibía con agrado. Luego recorría la galería de cuadros en busca de alguna nueva nota "clínica" de su padre. Si la encontraba hacía comentarios encendidos y alababa la suspicacia de Fernando para detectar pequeños cambios que a él le resultaban por completo imperceptibles. Cuando alguna duda aparecía respecto de aquellos signos Fernando se acercaba al cuadro y lo señalaba con la punta del pincel. Entonces su hijo regresaba con la mirada hacia su madre y, ahora sí, reconocía aquello que el cuadro mostraba. Sabía que el fin de Valentina era inminente y vivió la situación como una prolongada despedida. Hizo los arreglos con anticipación como para que la muerte no resultara un imprevisto. Programó la escena mil veces con la idea de evitar que al dolor por la pérdida se le sumara el fastidio y la desorientación por los trámites.No pocas veces durante aquellas semanas se paseó delante de la galería de cuadros y constató en la memoria de la imagen el progresivo deterioro de su madre. Aquello resultó un procedimiento implacable para impedir que la lentitud con que las transformaciones aparecían las hiciese imperceptibles. Bastaba con recorrer la hilera de telas para enfrentar a un testigo brutal de la degradación que sufría ese cuerpo agónico y vacío.Fernando se fue encendiendo con la pintura. Cada vez era más notoria la pasión y la energía que ponía en ese trabajo. En el cuerpo y en la cara, en la tensión extrema de su cuello, y en la desmedida apertura de los ojos se fue instalando un hombre desconocido. Su hijo siguió con atención esa metamorfosis, la leyó signo a signo y fue feliz sin desligarse del drama. Contradictorio y culpable algunas noches hubiese necesitado hablar de ello con alguien, ver la situación reflejada en el espejo de otro. Pero no supo con quien.Valentina era cada día más un espectro. Ningún rastro de lo que había sido. Poco a poco abandonó su cuerpo que se convirtió en una cáscara ajena y hueca sobre la cama. Los cuadros que Fernando pintaba dieron cuenta de aquello con una contundencia reveladora. Bastaba mirarlos para conmoverse, para tomar conciencia del modo en que ese cuerpo se despojaba de Valentina hasta no contenerla en absoluto. Finalmente, nada en él recordaba a su mujer. Nunca supo hacia donde había ido pero estuvo seguro que ella ya no estaba allí. Observó el último retrato parado a poca distancia de la tela. Se acercó aún más y registró los detalles de su rostro. La piel, ahora oscura, adherida a los huesos. El cuello con el relieve acentuado de cada músculo, cada tendón. Los ojos retraídos, minúsculos en unas órbitas desmesuradas. La boca pálida y con las comisuras de los labios fatalmente caídas. No miró a Valentina directamente. Sólo tomaba conciencia de sus transformaciones a través de los cuadros. Ellos fueron los únicos intermediarios entre ese hombre silencioso y su agónica mujer. Tuvo un pensamiento fugaz que aniquiló de inmediato como siempre. Pensó que su pintura era un lenguaje, un medio de aproximarse a aquella mujer lejana. Un procedimiento eficaz para que ella ingresara en él. Pensó que al fin había encontrado una forma de establecer contacto. Pensó que ya era irremediablemente tarde, que ya era inútil. Y no pensó más.La noche del lunes se sintió excitado con su propia obra. No pudo dejarla, no sintió cansancio, no pudo dormir. Se detuvo largamente a pintar los pliegues de las sábanas con una intensidad inusual. Los trazos de su dibujo fueron más gruesos y más brutales. Por primera vez pintaba de noche, con luz artificial. La imagen resultó especialmente tétrica, nocturna. No pudo alejarse del atril, se sentía adherido a esa superficie, magnetizado a ella. A medida que los colores se fueron terminando se vio obligado a emplear únicamente negros, marrones y azules sobre un fondo blanco y deslucido. Se negó la pausa para preparar nuevas mezclas. En varias ocasiones percibió los brazos de su hijo sobre sus hombros. Primero delicados, amistosos. Luego el sacudón frenético con el que agitaban su cuerpo. Una y otra vez. Nada pudo separarlo de aquella tela. No permitió que nada ingresara en él. Las puertas de la habitación se golpearon varias veces. Voces. Luces. Algo giró enloquecido a su alrededor. No pudo medir el tiempo. No quiso averiguar por qué. Pintó las sábanas sacudidas, al aire. Flotando suspendidas sobre la cama. Se detuvo en ellas, en su lento caer, en el demorado vuelo de su blancura. Transpiró. Sintió la excitación y la furia. Se sostuvo con su cuerpo mástil durante la tormenta. Finalmente, sin saber cuanto tiempo había transcurrido, se separó del cuadro. Lo tomó entre las manos con más cuidado que nunca. Lo depositó en el suelo siguiendo la larga hilera de su galería. Se alejó apenas. Lo miró asombrado.Vio el dibujo perfecto de la cama, las ropas suspendidas, la almohada en el suelo. Buscó con desesperación. Hubiese querido introducirse entre las imágenes para seguir buscando. Se sentó en el piso con las piernas cruzadas frente al cuadro. Miró aquella cama vacía. Se sostuvo la cabeza con las manos sobre las sienes y se dejó invadir mansamente por la ausencia.La esquela que dejó al pie del cuadro decía esta vez: "Ella ya no está allí".Momentos después se incorporó y se dirigió hacia la ventana. Escuchó ruidos de autos, puertas que se cerraban, motores. Miró hacia abajo y vio a su hijo junto a otras personas mientras subía a uno de esos coches. Se alejaron lentamente hasta desaparecer sobre el fondo borroso de la calle. Cuando su hijo regresó a la casa lo encontró bañado y afeitado esperándolo en la sala. Se puso de pie y se acercó sin decir palabras. Lo abrazó enérgicamente. Lo retuvo contra su cuerpo y permitió que él dejara caer la cabeza sobre sus hombros. Le acarició el pelo con la mano abierta y firme. Se separaron y Fernando guió a su hijo en dirección a la cocina tomándolo del brazo.- Te preparé la cena. Tenemos tanto de que hablar...

Textos: D. Flichtentrei.

MOMENTO


Abrí los ojos, leí aquello, y los volví a cerrar. El cartel decía que no me tocaba nacer.

Textos: R. Pelàez.

16.5.06

El Hecho y la interpretaciòn





Se cuenta que había un sabio muy sabio que investigaba el secreto de las dos patas saltadoras de una pulga. Y ese gran sabio cogió la necesaria pulga, la puso sobre una mesa y la dijo que saltara. Y la pulga saltó y el sabio observó que había alcanzado una altura de un metro. Puesto que el sabio era un gran sabio y sabía que había unas no menos sabias leyes estadísticas hizo que la pulga las cumpliera saltando una y otra vez. Y así, la pulga saltó lloviendo, en tiempo de sequía, dentro de casa, fuera, etc. Mil veces saltó la pulga y las mil veces alcanzó la altura de un metro. Con lo que la experiencia pasó a ser Gran Ley: "Cuando la pulga conserva sus dos patas saltadoras alcanza la altura de un metro". Aceptada ya esa primera premisa, el gran sabio cortó una de las patas saltadoras a la pulga y repitió una y otra vez el mismo experimento comprobando que tan sólo alcanzaba una altura de medio metro. Y así surgió una segunda Gran Ley: "Cuando a una pulga se le corta una de sus dos patas saltadoras alcanza una altura de cincuenta centímetros".Y esas dos grandes leyes, que eran dos premisas científicas básicas, tenían que llevar a una conclusión. Así que el gran sabio cortó la segunda pata saltadora de la pulga observando entonces que ésta no obedecía sus órdenes de que saltara. Y la Gran Conclusión fue: "Cuando a una pulga se le cortan las dos patas saltadoras se vuelve sorda".Sí, ya sé: es un chiste. Y es un chiste, además, contado por alguien -el que esto firma- al que no se le da solvencia científica. Porque si fuera un santón de la ciencia... V. S. Ramachandrán, reputado neurólogo, un día en que al parecer estaba de humor escribió un ensayo expresamente disparatado en el que exponía las razones por las que los hombres las prefieren rubias. "Con gran asombro por mi parte -escribió Ramachandrán en su libro Fantasmas en el cerebro, en el que transcribe el texto de ese ensayo-, cuando envié mi burlesco ensayo a una revista médica lo aceptaron inmediatamente. Y todavía fue mayor mi sorpresa al comprobar que muchos de mis colegas no le veían la gracia: para ellos mis argumentos eran totalmente plausibles". Claro que Ramachandrán es una autoridad y además exponía su ponencia-chiste con terminología médica. Así que: lo que usted diga, doctor, siempre que lo diga en jerga médica. Pero volvamos a la pulga: ¿es un chiste que confundamos los hechos concretos con su interpretación? En absoluto. El gran error de nuestras vidas es que a menudo vivimos de falsas interpretaciones. Falsas... pero aceptadas como verdaderas. Unas veces porque somos tan racionalmente estúpidos que no sabemos establecer razonadamente los términos de una proposición. Otras, porque las verdades sentidas de nuestra experiencia vital nos llevan a esos errores. Y casi siempre porque establecemos conclusiones sobre premisas falsas. Falsas pero que damos por ciertas.Por ejemplo, científicos de Estados Unidos, comandados por un gran sabio llamado Robert Plomin, han seleccionado a doscientos niños normales. Su propósito es establecer el mapa genético de esos niños normales a fin de poderlo contrastar después con otro mapa genético obtenido con niños geniales. Y de esa manera llegar a conocer cuál es el gen de la genialidad. Gen que, naturalmente, venderán a buen precio. Maravilloso. Y digo yo, que soy estúpido pero no tanto como para no saber que lo soy, ¿conoce realmente alguien qué es eso de un niño normal? ¿Y qué es eso de un niño genial? ¿Y qué ocurrirá si implantan ese considerado gen de la genialidad? Todo interpretación. Y nada objetaría contra la interpretación si se aceptara como tal. O sea, como algo sujeto a error. Lo malo es que se la confunde con un hecho, con una verdad sensiblemente contrastada. Y así, luego, como con la pulga, consideran sordos a los que están cojos.

Textos: Joaquin Grau.

14.5.06

Melodental


Era un hombre, y su cepillo de dientes, lavando su boca. Tallaba esa mañana sus dientes con tal maestría, que empezó a crear música sublime.
De forma abrupta la puerta y las ventanas de su casa se rompieron: al instante se percató que tenía frente a él a tres recaudadores de impuestos; siete extraterrestres; dos Dios; una pareja de hipopótamos y a su hermano muerto. Se asustó: con todos tenía cuentas pendientes. Confundido dejó de cepillarse: los otros se desconcertaron y empezaron a emitir nerviosos, amenazantes ruidos. Presto el hombre prosiguió con el tallar de sus dientes, y sus acreedores callaron para oír la dentífrica melodía y seguirla, si era preciso, a una esquina del mundo.
Sin saber que hacer salió de su casa, invadido de horror por el extraño séquito. Al atardecer, sus sangrantes encías y cansados brazos se negaban a proseguir con aquel murmullo restregante, sensual. Pero aún transcurrieron tres meses: el hombre flaco ya, cansado, había recorrido pueblos, llanuras, ciudades.
El grupo que lo seguía era inmenso: algunos regocijados en la fiesta; otros absortos con la música; unos más por las personalidades que encabezaban.
Entonces el hombre recibía nuevos cepillos de manos de doctos violinistas; los amantes de los hipopótamos lubricaban las pieles azules; devotos se flagelaban; burócratas anudaban sus corbatas; ufólogos filmaban; enterradores blasfemaban.
Artistas inflamados de originalidad picaban las costillas de sus vecinos en la procesión para así, dependiendo de la intensidad y el lugar, lograr una nota; y de los que fenecían se usaban sus traqueas e intestinos: de tal modo se conformó la orquesta, donde el cepillo primaba.
Y eran millones...
Los dientes del hombre, muy delgados ya, producían una música aún más exquisita; y de sus nervios nacían heladas perlillas de sudor. El sol para los planetas había dejado de importar, ellos también querían seguir la música dental.
Su último diente se terminó de convertir en polvo.


Textos: E. O. Avilés

8.5.06

Ariòn


Después de Orfeo, hijo de la musa, el cantante mas famoso de la antigua Grecia fue Arión, que vivió con su mecenas mucho tiempo, el sabio Periandro, rey de Corinto. Pero Arión decidió enseñar su destreza por otras tierras, y por mucho que Periandro le rogó para que se quedara en Corinto, navegó para participar en un gran certamen musical en Sicilia.
Arión ganó allí muchos premios y regalos tan ricos que formaron un tesoro de oro y plata, pero tenía que regresar a Corinto, ya que de allí solo su arpa había traído, y pensaba agasajar a Periandro. Para volver confió en los paisanos de Periandro, ya que se fiaba más de ellos que de los extranjeros. Pero los marineros eran codiciosos y la visión del oro los transformó en piratas.
Todos iban bien en el barco, y Arión pensó que estaría a salvo de las olas tormentosas. El tiempo de Alcione y las brisas gentiles les llevaron al punto más al sur de Grecia, cuando de repente aquellos malvados hombres se quitaron la careta de bondad. Con las espadas en la mano cayeron sobre su pasajero y le pidieron todas sus posesiones.
“¡Tomad mi oro, pero perdonad mi vida, ya que nada os he hecho!, les rogó Aristón.
“Y ya no podríamos estar seguros nunca, mientras esta historia pudiese llegar a oídos de Periandro” fue su respuesta. Así que ofrecieron a Arión elegir su muerte: o bien suicidarse, y que ellos lo enterrasen en la orilla, o bien que le tiraran por la borda sin mas.
Toda promesa y súplica resultó inútil, así que pidió una última gracia, que le permitieran engalanarse con sus ropas más caras y cantar con su arpa sus más dulces canciones; entonces se tiraría al mar y les ahorraría el sentimiento de culpa. Accedieron los toscos marineros a escuchar los compases de tan célebre músico, que tanta riqueza había ganado con su música y que ahora pasaría a ser suya.
Así pues Arión se vistió de púrpura y perfumó su pelo, y se puso como tocado una corona triunfal que estaba entre sus premios. Engalanado de esta manera se quedó en la popa para cantar su canción mortal. Los poetas decían que cuando cantaba en el bosque y en el campo, el cordero y el lobo, la liebre y los perros, el ciervo y el león permanecían juntos escuchando, mientras en lo alto lo hacían la paloma y el halcón. Ahora, tan dulcemente su arpa dorada resonó sobre el mar que, no sólo esos hombres medio se conmovieron por la pena, si no también un banco de delfines que rodeaba el barco, atraídos por la música. Cuando terminó echó una última mirada al brillante cielo; con el arpa en la mano, Arión se arrojó al mar.
Los piratas llegaron a la Hélade, contentos de haberse desecho de él, pero Arión no se había ahogado bajo las aguas. Se cogió a la espalda de un delfín, que le llevo sano y seco al mar de Tenaro, el puerto más cercano. Así funciona la canción de los hombres favorecida por Apolo.
Ya en la orilla, Arión viajó al Peloponeso y vino a Corinto un día antes que el barco. Le fue dada felizmente la bienvenida por Periandro, que no podía creer la historia de su extraña fuga. Cuando llegaron los marineros a puerto, el rey les pidió noticias de Arión. Estos declararon que le habían dejado honrado y próspero mas allá del mar. Pero cuando las falsas palabras salieron de sus labios, Arión se puso delante de ellos vestido como le vieron la última vez, y todavía llevando el arpa de tan maravilloso poder.
Los marineros ya no podía negar su crimen; tan solo arrodillarse pidiendo clemencia y perdón. Arión se inclinó a dejarles con vida, pero el rey se negó y ordenó que los ejecutaran. Además al considerarse culpable de haber elegido la tripulación, ordenó que erigieran un maravilloso monumento de bronce en Tenaro en honor de su cantante.

Textos: M. Burón.

6.5.06

Abdicaciòn



Tómame, oh noche eterna, en tus brazos y llámame hijo.
Yo soy un rey que voluntariamente abandoné mi trono de ensueños y cansancios.
Mi espada, pesada en brazos flojos, a manos viriles y calmas entregué;y mi cetro y corona yo los dejé en la antecámara, hechos pedazos.
Mi cota de malla, tan inútil, mis espuelas, de un tintineo tan fútil, las dejé por la fría escalinata.
Desvestí la realeza, cuerpo y alma, y regresé a la noche antigua y serena como el paisaje al morir el día.


Textos: Fernando Pessoa.

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA


Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,como las leves briznas al viento y al azar...Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría...La vida es clara, undívaga y abierta como un mar...
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,como en Abril el campo, que tiembla de pasión;bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,como la entraña obscura de obscuro pedernal;la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,en rútilas monedas tasando el bien y el mal.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...-¡niñez en el crepúsculo! ¡lagunas de zafir! -que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,¡y hasta las propias penas! nos hacen sonreír...
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,que nos depara en vano su carne la mujer;tras de ceñir un talle y acariciar un seno,la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,como en las noches lúgubres el llanto del pinar:el alma gime entonces bajo el dolor del mundo,y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día...en que levamos anclas para jamás volver;un día en que discurren vientos ineluctables...¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

Porfirio Barba Jacob.

4.5.06

Párpados de piedra


¡Ay!, Ya suena el arpa de Daviddelante de tu toldo de oxígeno.En incontables meteorosse quiebra tu corona de estrellas.Todos los desiertos te rodeanpara hacer de ti su cantor.Un camello de niebla se arrodilladispuesto a llevarte a la nada.Ya la luna llena de tu pupilase vuelve débil medialuna.Ciegas sin tus ojoslas rosas no me reconocerán.¿Quién me protegerá de mí misma,de las leyes del día y de la nochecuando el muerto trepe a mi balcóny la serpiente esté al acecho en la menta?¡Oh!, ¡Déjame esta última mirada de apóstol!¡No!, ¡No dejes estos ojos de piedra entre nosotros!

Textos: Claire Goll

2.5.06

Orfeo



Orfeo vivía en la soledad de la montaña. Bebía agua de lluvía y rocío. Apenas comía raíces herbosas. Su interior rebosaba pena y poesía. La lira era su compañera única y su consuelo. Pensaba en su desaparecida Eurídice y, al hacerlo, arrancaba con sus dedos la música más bella, los acordes más tristes. Y las notas se perdían entre los roquedos. Y los ecos se confundían con el silbar del viento entre los árboles. Hasta los pájaros detenían su vuelo y sus cantos para escuchar al ermitaño. Las liebres refrenaban la carrera y los zorros cesaban el vaiven de su cola. Orfeo tocaba la lira, llamando al recuerdo de su esposa. Las Hadas y los Elfos acudían a su vera, invisibles, para escucharlo.
Un día, Orfeo vió pasar un grupo de gente a caballo. Eran damas cazadoras, cada una con un altivo halcón posado en sus manos enguantadas. El músico ermitaño siguió a la comitiva hasta que desapareció en una gruta. Al otro lado estaba el Reino de los Elfos, coronado por un castillo de almenas blancas. Dentro halló a mujeres, hombres y niños durmientes, arrebatados de su mundo por el poder de los Elfos. Junto al Rey Elfo dormía Eurídice bajo un árbol mágico. Al verla, tocó Orfeo una música de reencuentro, de esperanza, de añoranza por el tiempo perdido sin ella. Ni los instrumentos mágicos de los Elfos, ni las voces de las Ninfas habían conseguido nunca canciones tan maravillosas como las que sonaban ahora. A cambió de su excelso arte, Orfeo consiguió del Rey Elfo recuperar a Eurídice.
Esta leyenda celta resulta ser un relato compartido con los griegos, aunque la versión tracia del descenso de Orfeo a los Infiernos sea la más conocida. Hubo un tiempo lejano en el que las fronteras de la Poesía eran ténues y cambiantes. Un tiempo en el que el arte no era propiedad de países ni de razas, ni mucho menos de los poderosos; residía en las almas de toda la Humanidad. En cualquier cabaña, junto a cualquier fuego, bajo cualquier árbol del mundo, podías escuchar una historia. La inspiración de los Elfos alentaba igual en la costa del Mediterráneo que en las laderas de los Pirineos, igual en la Isla de Mann que en el cabo Finisterre, igual bajo una pirámide de los Andes que en un arrozal junto al Ganges.
Sabido es que hay niñas y niños humanos criados por los Elfos que regresaron a los siete años y se convirtieron en grandes artistas y artesanos. Sabido es, también, que el mundo de los Elfos, el ámbito de la Naturaleza, el de las cosas bellas y simples, sólo puede ser contemplado por aquellos seres humanos que campan por los caminos de lo imaginario, de la creación, de la fecundidad: niños y niñas, poetas y artistas, enamorados y madres...

Chema Gonzalez Lera.

Aquí hay... una ventana abierta... Que vuestro espíritu viaje a través... del cristal... por el camino del "Otro Lado"... por la senda que serpentea entre helechos y colinas hasta el..................... País de los Elfos...

1.5.06

Andante en tres tiempos



Más borroso que un velo tramado por la lluvia sobre los ojos de la lejanía, confuso como un fardo, errante como un médano indeciso en la tierra de nadie, sin rasgos, sin consistencia, sin asas ni molduras, así era tu porvenir visto desde las instantáneas rendijas del pasado. Sin embargo detrás hay un taller que fragua sin cesar tu muestrario de máscaras. Es un recinto que retrocede y que te absorbe exhalando el paisaje. Allí en algún rincón están de pie tus primeras visiones,y también las imágenes de ayer y aun los espejismos que no se condensaron, más las ciegas legiones de fantasmas que son huecos anuncios todavía. Entre todos imprimen un diseño secreto en las alfombras por donde pasarás, muelen tus alimentos de mañana en el mortero de lo desconocido y elaboran en rígidos lienzos los ropajes para tu absolución o tu condena. Cambia, cambia de vuelo como la ráfaga del enjambre bajo la tormenta. Un soplo habrá disuelto la reunión; un soplo la convoca en un nuevo diseño, junto a nuevos ropajes y nuevos alimentos. ¡Qué vivero de formas al acecho de un molde desde el principio hasta el final! Palmo a palmo, virando de un día a otro fulgor, de una noche a otra sombra, llegas con cada paso a ese lugar al que te remolcaron todas las corrientes: una región de lobos o corderos donde erigir tu tienda una vez más y volver a partir, aunque te quedes, aspirado de nuevo por la boca del viento. Es esa la comarca, esa es la casa, esos son los rostros que veías difusos, fraguados en el humo de la víspera, apenas esculpidos por el aliento leproso de la niebla. Ahora están tallados a fuego ya cuchillo en la dura sustancia del presente, una roca escindida que ahora permanece, que ya se desmorona, que se escurre sin fin por la garganta de insaciables arenas. Entre la oscilación y la caída, si no te deslizas hacia adelante, mueres.Apresúrate, atrapa el petirrojo que huye, la escarcha que se disuelve en el jardín. Somételos con un ademán tan rápido que se asemeje a la quietud, a esa trampa del tiempo solapado que se desdobla en antes y en después. Sólo conseguirás un presagio de plumas y un resabio de hielo. A veces, pocas veces, un modelo para los esplendores y las lágrimas de tu porvenir. ¿Y qué fue del pasado, con su carga de sábanas ajadas y de huesos roídos? ¿Es nada más que un embalaje roto, una mano en el vidrio ceniciento a lo largo de toda la alameda? ¿O un depósito inmóvil donde se acumulan el oro y las escorias de los días? Pliega las alas para ver. Esa mole que llevas creciendo a tus espaldas es tu albergue vampiro. No me hables solamente de un panteón o de algún tribunal embalsamado, siempre en suspenso y hasta el fin del mundo. Porque también allí cada dibujo cambia con el último trazo, cada color se funde con el tinte de la nueva estación o la que viene, cada calco envejece, se resquebraja y pierde su motivo en el polvo; pero el muro en que guardas estampadas las manos de la infancia es ese mismo muro que proyecta unas manos finales sobre los muros de tu porvenir. ¿Y acaso ayer no asoma algunas veces como marzo en septiembre y canta en la enramada? Todo es posible cuando se desborda y rehace un recuento la memoria: imprevistas alquimias, peldaños que chirrían, cajones clausurados y carruajes en marcha. Sorprendente inventario en el que testimonian hasta las puertas sin abrir. Hoy, mañana o ayer, nunca ningún refugio donde permanecer inalterable entre la llama y el carbón. Los oleajes se cruzan y conspiran como los visitantes en los sueños, intercambian espumas, cáscaras, amuletos y papeles cifrados y jirones, y todo tiempo inscribe su sentencia bajo las aguas de los otros tiempos, mientras viajas a tumbos en tu tablón precario justo en el filo de las marejadas. Pero hay algo, tal vez, que logró sustraerse a las maquinaciones de los años, algo que estaba fuera de la fugacidad, la duración y la mudanza. Guarda, guarda esa prenda invulnerable que cobraste al pasar y que llevas oculta como un ladrón furtivo desde el comienzo hasta el futuro. Estandarte o sortija, perla, grano de sal o escapulario, describe una parábola de brasas a medida que te aproximas, que llegas, que te alejas: tu credencial de amor en la noche cerrada.

Textos: Olga Orozco.