Meyes of the afternoon.
Todo comienza cuando una flor cae, depositada grácilmente, por una mano muerta, por una mano maniquí. Cuando la flor de la tarde cae, tu regreso a casa es como un film, como un sueño. Cae la tarde, por esos senderos de piedra, junto a la puerta de tu casa-laberinto. Cuando cae la tarde, alzas la flor y la llevas como el emblema de tu secreto devenir. Tus pies, envueltos en sandalias, paso a paso, suben los peldaños que te acercan al umbral de la casa. Golpeas la puerta. Nadie abre. Sacas tu llave, la llave oculta en tus ropas. Cuando cae la llave, la alzas. Abres y entras a tu casa, desierta. Tu casa, tal como estaba, cuando todo sucedió Allí esta la taza y el plato, el pan y el cuchillo, el teléfono descolgado al pie de las escaleras, el sillón junto a la ventana. Cuando cae la tarde, miras esos objetos, uno a uno, como si ellos, en su terrible mudez, expresaran formas secretas. Cuando cae la tarde, cuelgas el teléfono y subes las escaleras. Las escaleras de esta casa, ascienden al abismo. Cuando cae la tarde, en las ventanas del cuarto superior, una tela de gasa negra, a manera de cortina, ondea como la brisa que la agita. Te envuelve esa tela-brisa oscura. Un disco gira en la eternidad de su reproducción. Levantas la púa y regresas a la planta baja. Allí te recuestas en tu sillón maravilloso, en tu onírica butaca, a entregarte a tu propio placer. Tus brazos y los del sillón, se confunden en un idéntico abrazo. Sueñas. El velo descorre otra visión del mundo. Y, dormida, te dedicas a mirar por la ventana, cuando una figura te sorprende allá bajo. Otra (que no es la que duerme) baja, abre la puerta, sale a la calle y corre detrás de la embozada. Es una extraña figura, oculta detrás de velos negros, que circula por los laberintos a paso regular. Tu corres y corres pero jamás la alcanzas. Pero, a veces da la vuelta y te revela su rostro. ¡No tiene rostro! O si tiene, pero no es un rostro humano. Es un rostro plano, un rostro-espejo. Su cara es un espejo plano. Al voltearse su reflejo duro y cortante te golpea el rostro. Vuelves a abrir tu puerta, al cuarto que te contiene, al despojado mobiliario, del que nunca saldrás. Allí sigues durmiendo. Los objetos, esta vez, dicen otras cosas. El brillo del cuchillo en lugar del extraño teléfono infunde temor. Las escaleras se vuelven locas y te arrastran dentro de sucesivas caídas. Una y otra vez la escena se repite, concéntrica. Dentro del sueño, el sueño y dentro del sueño, la persecución fantástica. Cuando cae la tarde tres mujeres (la que has sido, la que eres y la que serás) se encuentran sentadas a la mesa. Se miran, se intercambian miradas. Y las tres miran a la que sigue dormida. A la que lleva en el regazo la flor. La llave es algo que las tres comparten. Pero solo una podrá tomar el cuchillo, el reluciente cuchillo, y los ojos asesinos. Esa que se acerca a la dormida, con el cuchillo en la mano y la despierta. Pero cuando cae el velo de la siesta al atardecer es la mano de un hombre la que te toca, quizás despertándote. Es un hombre joven y hermoso que mira los objetos: la taza y el plato, el pan y el cuchillo, el teléfono descolgado al pie de las escaleras, el sillón junto a la ventana, infundiéndoles nuevas oportunidades de significar. Pero el rizo del sueño se obstina en acelerar sus bucles. Eres la mujer condenada a repetir una y otra vez su historia interior. Hasta que el cristal se quiebre y sus fragmentos se esparzan en la espuma, como redes al atardecer. Cuando sea él quien entre y te encuentre, en el sillón, en fragmentos, como un espejo roto, bajo el derrame de tu ventana .
Textos: Maya Deren - 1943.
1 Comments:
Este texto es mío, o sea de Ezequiel Romero y no de Maya Deren. Vale la pena aclararlo, ya que la fuente es errónea.
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