10.10.09

El Barco del Arroz


El Barco del Arroz es el nombre dado en Andalucía a varias leyendas urbanas referentes a barcos cargados con ayuda humanitaria que desaparecieron misteriosamente, sin llegar a su destino. Estas leyendas dieron origen la expresión "estar más perdido que el barco del arroz".
El Alcatraz fue un barco argentino enviado en la década de 1940 por el gobierno de Eva Perón a la España de la posguerra. Dicho barco, según informó el gobierno argentino, iba cargado de arroz, pero nunca llegó a las costas andaluzas. La versión más extendida del extravío es el hundimiento del barco, que dio origen al refrán.
Se especula también que la tripulación del barco se hubiera quedado con éste y su contenido. Otras versiones relatan que la tripulación sufrió una enfermedad contagiosa y todos murieron, sin posibilidad de que el cargamento llegara a puerto.
Se cuenta que, en la década de 1950, un barco de vapor cargado de arroz se soltó de sus amarras cuando estaba encallado en el Muelle de Cádiz, fue arrastrado por la corriente hacia la costa y se abrió, soltando todo su cargamento. En esta ocasión, el arroz pudo ser salvado con grúas.
En la década de 1980, se llevó a cabo en Sevilla una colecta de arroz procedente de las Marismas del Guadalquivir, para ser enviadas a Etiopía. Una vez que el barco zarpó, los sevillanos no tuvieron noticias de la llegada de éste al país africano, ni de su regreso. Este hecho popularizó aún más el refrán.
Ya en la década de 1990, un barco cargado de arroz iba a penetrar en el río Guadalquivir con destino al puerto de Sevilla. A la altura de Sanlúcar de Barrameda, debido a la marea baja, el barco quedó encallado en la plataforma continental, provocando vías de agua. El arroz se infló con el agua de mar hasta el punto de abollar las puertas metálicas que lo guardaban. El barco acabó partiéndose en dos y la tripulación huyó del barco hacia las costas de Sanlúcar.
Este barco se puede ver desde Chipiona, Sanlúcar de Barrameda y la costa del Parque Nacional de Doñana (Huelva), y es conocidos por los lugareños como el "Barco del arroz".



LEYENDA ANDALUZA

3.10.09

Monday or Tuesday


Perezosa e indiferente, batiendo facilmente el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre...

Deseando la verdad, aguardándola, rezumando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, a la derecha; ruedas que golpean; vehículos se cierran en conflicto), deseando siempre (el reloj asegura con doce campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. -Compro metal-... ¿Y la verdad?

Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla... ¿Azúcar? No, gracias... La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té, y las vidrieras protegen abrigos de pieles.

Cacareada, leve como una hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada... ¿Y la verdad?

Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan... ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?

Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; y luego las borra.

Virginia Woolf


A Bottomless Grave


Me llamo John Brenwalter. Mi padre, que era borracho, tenía la patente de un invento para hacer granos de café con arcilla; pero como era un tipo honrado, no quiso dedicarse personalmente a su fabricación. Por eso nunca llegó a ser rico, ya que los derechos de su invento apenas le alcanzaban para pagar los pleitos entablados. En consecuencia, no pude disfrutar de muchas de las ventajas propias de los hijos con padres indecentes y sin escrúpulos y, de no haber sido por una madre justa y cariñosa que relegó al resto de los hermanos y se encargó personalmente de mi educación, habría crecido en la ignorancia y me habría visto obligado a dedicarme a la enseñanza. Verdaderamente, ser el hijo de una mujer buena vale oro.

Papá tuvo la desgracia de morirse cuando yo tenía diecinueve años. Como había disfrutado de una salud de hierro, él fue el primer sorprendido por el hecho, que se produjo de repente durante la comida. Aquella misma mañana le habían comunicado la concesión de la patente de un artefacto que reventaba cajas fuertes por medio de presión hidráulica sin el menor ruido. El Comisario de Patentes había considerado el invento como el más ingenioso, efectivo y digno de mérito que jamás le habían presentado, y mi padre, como era de esperar, se había hecho la ilusión de una vejez llena de prosperidad y honores. Su repentina muerte le supuso por tanto una gran decepción, aunque a mi madre, piadosa y resignada ante la voluntad de la Providencia, le afectó bastante menos. Al finalizar la comida, y una vez retirado el cuerpo de mi pobre padre, nos llevó a la habitación de al lado y se dirigió a nosotros del siguiente modo:

-Hijos, el extraño suceso que acabáis de presenciar es uno de los más desagradables acontecimientos en la vida de un hombre de bien, y uno de los que menos me gustan, os lo aseguro. Creedme si os digo que nada tuve que ver en ello. Pero desde luego -añadió tras una pausa, bajando los ojos como en profunda meditación- es mejor que haya muerto.

Dijo esto con un sentimiento tan natural que nadie se atrevió a pedirle una explicación. Y es que la actitud de sorpresa que mi madre adoptaba cuando nos equivocábamos resultaba terrible. Recuerdo que un día, después de un acceso de mal humor en el que me había tomado la libertad de arrancarle una oreja a mi hermano pequeño, sus únicas palabras fueron: -John, ¡me sorprendes!. Me pareció un reproche tan severo que, tras una noche en vela, me dirigí a ella y, entre lágrimas, me arrojé a sus pies exclamando: -Madre, perdóname por haberte sorprendido.- Todos, pues, incluyendo al crío desorejado, consideramos que nos iría mejor si aceptábamos la manifestación que acababa de hacer sin el menor pestañeo. Y prosiguió:

-Debéis saber, hijos míos, que en caso de muerte repentina y misteriosa la ley exige que se presente un forense, trocee el cadáver y entregue los pedazos a varios señores que, después de haberlos analizado, certifican la muerte. Por este trabajo el forense cobra un montón de dinero. Desearía en nuestro caso evitar esta formalidad tan dolorosa, pues es algo que nunca habría tenido la aprobación de vuestro padre. John -dijo dirigiéndose a mí con cara angelical-, tú eres un chico educado y muy discreto. Ahora tienes la ocasión de mostrar tu gratitud por los sacrificios que tu educación nos ha supuesto a todos los demás. Así que ve y acaba con el forense.

No puedo expresar con palabras lo que dicha muestra de confianza me complació, pues me daba la oportunidad de distinguirme con una acto que iba perfectamente con mi disposición natural. Entonces, arrodillándome ante ella, besé su mano y la bañé con lágrimas. Poco antes de las cinco de aquella misma tarde había acabado con el forense.

Fui detenido inmediatamente y enviado a la cárcel, donde pasé una noche de lo más incómoda, incapaz de conciliar el sueño por las blasfemias que soltaban mis compañeros de calabozo, dos curas, cuya formación teológica les había dotado de un sin fin de ideas impías y de un dominio sin par del lenguaje irreverente. Pero entrada la noche, el carcelero, que dormía en una habitación contigua y estaba siendo igualmente importunado, entró en la celda y, lanzando un tremendo exabrupto, advirtió a aquellos reverendísimos caballeros que si volvía a oír más palabrotas no tendría en cuenta su condición y los pondría de patitas en la calle. Sólo entonces bajaron el tono de su insoportable conversación y sacaron un acordeón, permitiéndome así dormir el sueño pacífico y refrescante de la juventud y la inocencia.

A la mañana me llevaron ante el juez Superior, que era quien tenía competencia en el caso, y me sometieron a los interrogatorios preliminares. Me declaré inocente alegando que el hombre al que había asesinado era un demócrata célebre (mi madre, que era republicana, me había instruido, desde mi más tierna infancia, en los principios de un gobierno honrado y en la necesidad de acabar con la oposición facciosa). Al juez, que había sido fraudulentamente elegido en un colegio electoral republicano, mi alegato le impresionó sensiblemente y me ofreció un cigarro.

-Con la venia, su Señoría -comenzó el fiscal-. No considero necesario presentar prueba alguna en este caso. Usted preside la sala como magistrado y, con la ley en la mano, su misión es resolver. Testimonios y pruebas supondrían, por igual, poner en duda la voluntad de su Señoría de llevar a cabo dicha misión aceptada bajo juramento. Por tanto no tengo más que añadir.

Mi abogado, hermano del difunto forense, poniéndose en pie dijo:

-Con la venia de la Sala. El representante de la acusación ha manifestado tan clara y elocuentemente que es tarea de ley entender en este caso que sólo me queda demandar hasta qué punto él mismo se ha ajustado a ella. Ciertamente, su Señoría, usted ha de resolver. ¿Y qué va a resolver? Eso es algo que la ley deja sabia y justamente a su elección, e inteligentemente usted siempre se ha eximido de las obligaciones que la legislación impone. Desde que le conozco, su Señoría ha resuelto cometer cohecho, hurto, incendio, perjurio, adulterio, asesinato, en definitiva, todos y cada uno de los delitos previstos en el código y todos los excesos típicos de seres desaprensivos y depravados, entre los que incluyo al representante del ministerio público. Ha cumplido pues, ampliamente, el cometido de resolver y, como no hay pruebas contra mi respetable joven cliente, solicito su libre absolución.

Hubo un silencio impresionante. El juez se levantó, se puso el birrete y, con una voz llena de turbación, me condenó de por vida, ordenando mi puesta en libertad. Entonces se volvió hacia mi abogado y le espetó fría pero significativamente:

-Ya nos veremos.

A la mañana siguiente, aquél que tan concienzudamente me había defendido contra la acusación de homicidio en la persona de su hermano (con el que, por cierto, había tenido un altercado por la propiedad de unas tierras), había desaparecido y hasta el día de hoy se ignora su paradero. Entretanto, el cuerpo de mi padre había sido clandestinamente enterrado a medianoche en el patio de su último domicilio, con sus botas puestas y las vísceras sin analizar. -Estaba en contra de todo exhibicionismo -dijo mi madre mientras acababa de apisonar la tierra sobre su cuerpo y ayudaba a sus hijos a esparcir paja sobre su tumba-; sus instintos eran hogareños y amaba la vida tranquila.

En la solicitud que mi madre hizo del acta de defunción manifestaba que tenía buenas razones para creer que mi padre había fallecido, pues hacía días que no aparecía por casa a comer; pero el juez de la Sala de Usurpasucesiones -como más tarde mamá siempre la llamaría con desprecio- decidió que las pruebas eran insuficientes y puso la herencia en manos del Administrador Público, que era su yerno. Se comprobó que los haberes eran iguales a las deudas; sólo quedaba la patente del artilugio para reventar cajas fuertes silenciosamente, que había pasado a pertenecer ahora al juez que intervino en el asunto y al Administraidor Público. De este modo, una familia digna y respetable se vio rebajada del bienestar al delito en unos pocos meses: la necesidad nos obligó a trabajar.

En la selección de quehaceres nos regimos por una serie de consideraciones tales como capacidad personal, preferencias, etc. Mi madre abrió una selecta escuela privada en la que enseñaba el arte de cambiar las pintas en las alfombras de piel de leopardo; mi hermano mayor, George Henry, aficionado a la música, se hizo corneta en un asilo para sordomudos que había cerca; mi hermana Mary María aprendió a preparar la Esencia de Llavines del Profesor Pan de Centeno, que daba diferentes sabores a las aguas minerales, y yo me establecí como ajustador y dorador de vigas para horcas. El resto de los hermanos, demasiado jóvenes aún para trabajar, siguieron robando pequeños artículos, tal y como se les había enseñado. Durante los ratos de ocio engañábamos a los viajeros para que se alojaran en casa y, después de robarles, enterrábamos sus cuerpos en la bodega.

En una parte de esta estancia teníamos vinos, licores y provisiones. Como se agotaban con mucha rapidez, creímos supersticiosamente que las personas allí enterradas salían por la noche y celebraban una fiesta. Más de una mañana, a pesar de que la puerta había sido cerrada y atrancada contra cualquier intruso, descubrimos trozos de carne adobada, latas de conserva vacías y desperdicios por el estilo tirados por el suelo. Alguien propuso tomar las provisiones y almacenarlas en otro lugar, pero nuestra madre, siempre tan generosa y hospitalaria, dijo que era mejor hacer frente a las pérdidas que exponernos arriesgadamente. Si les negábamos esa insignificante gratificación a los fantasmas podrían poner en marcha una investigación que acabaría con nuestro esquema de división del trabajo y desviaría las energías de toda la familia hacia la tarea que yo ejercía: pasaríamos uno a uno a decorar con nuestros cuerpos las vigas de las horcas. Aceptamos pues su decisión con sumisión filial, ya que reverenciábamos su astucia y pureza de carácter.

Una noche que estábamos todos en la bodega (ninguno se atrevía a bajar solo) dedicados a la labor de dar cristiana sepultura al alcalde de una localidad cercana, mi madre y los críos, con una vela cada uno, y George Henry y yo con el pico y la pala, mi hermana soltó un alarido y se cubrió la cara con las manos. Todos nos sobresaltamos y suspendimos las exequias; pálidos y con voces temblorosas, pedimos a Mary María que nos dijera qué le había asustado. Los pequeños estaban tan nerviosos que las velas temblequeaban en sus manos y en las paredes las sombras de nuestras figuras parecían bailar con movimientos toscos y groseros, adoptando unas actitudes de lo más extrañas. La cara del interfecto tan pronto mostraba a la luz su tez cadavérica como desaparecía por efecto de alguna sombra: cada vez tomaba una nueva expresión más condenatoria, un ceño más ladino. Las ratas, aún más asustadas que nosotros por el grito, corrían en tropel de un lado a otro, emitiendo agudos chillidos, o se quedaban inmóviles con los ojos fijos en la oscuridad de algún rincón. Esos pequeños puntos de luz verde hacían juego con la débil fosforescencia de la descomposición que llenaba la fosa a medio cavar y parecían la manifestación visible del ligero olor a muerto que impregnaba aquel aire malsano. Los pequeños soltaron las velas y comenzaron a lloriquear mientras se agarraban a las piernas de sus mayores, y nos habríamos quedado entre tinieblas de no haber sido por aquella luz siniestra que brotaba de la tierra e inundaba los bordes de la fosa como si de un manantial se tratara.

Mi hermana, en cuclillas sobre la tierra que habíamos sacado, se había descubierto la cara y miraba fijamente con ojos desorbitados a un hueco oscuro entre dos barriles.

-¡Ahí está! ¡Ahí está! -gritó mientras señalaba-. ¡Dios santo!, pero ¿es que no lo veis?

¡Claro que lo vimos! Una figura humana apenas reconocible en la oscuridad, que se tambaleaba como si se fuera a caer y se agarraba a los barriles en busca de apoyo, dio un paso y por un momento se hizo visible a la luz de las pocas velas que nos quedaban; después, se incorporó con esfuerzo y cayó de bruces. Todos habíamos reconocido la apariencia, el rostro y el porte de nuestro padre (muerto hacía diez meses y enterrado con nuestras propias manos), en pie y completamente borracho.

No quisiera extenderme sobre los incidentes de nuestra precipitada huida lejos de aquel lugar; sobre la desaparición de todo sentimiento humano en aquella tumultuosa y enloquecida ascensión por las húmedas escaleras desvencijadas, en las que nos escurrimos, tropezamos y caímos, empujándonos y encaramándonos unos sobre otros mientras pisoteábamos a unas criaturas que fueron rechazadas y enviadas a la muerte por su propia madre. Sólo ella, mis hermanos mayores y yo conseguimos escapar. Los demás perecieron abajo, unos por las heridas, otros de miedo y el resto abrasados, ya que, después de dedicar una hora a recoger algunas ropas y lo que de valor teníamos, pegamos fuego a la casa y huimos hacia las colinas. Ni siquiera nos detuvimos a coger la póliza del seguro, único pecado de omisión que mi madre reconocería años después en su lecho de muerte, muy lejos de allí. Su confesor, un santo, nos aseguró que, teniendo en cuenta las circunstancias, Dios perdonaría su descuido.

Unos diez años después de nuestra partida, y siendo ya un próspero falsificador, volví de incógnito a aquel lugar con la intención de conseguir los efectos de valor que habían quedado enterrados en la bodega. Todo fue en vano: el descubrimiento de restos humanos entre las ruinas había movido a las autoridades a continuar las excavaciones, por lo que acabaron encontrando nuestras riquezas, apropiándose de ellas honestamente. La casa nunca se reconstruyó y el barrio estaba, de hecho, abandonado. Se había hablado de tantas visiones y ruidos sobrenaturales en aquella zona que nadie quería vivir allí. Al no encontrar a quién preguntar o importunar, decidí satisfacer mi piedad filial echando un último vistazo al rostro de mi padre por si, después de todo, nuestros ojos nos habían traicionado y seguía todavía en su tumba. Recordé, además, que siempre llevaba un enorme anillo de diamantes y, como no había vuelto a saber nada de él desde su muerte, pensé que podría estar enterrado con él. Una vez conseguida una pala, localicé rápidamente la tumba en lo que había sido el patio y comencé a cavar. Llevaba poco más de un metro cuando el fondo cedió y, a través de un largo conducto, fui a caer a una cloaca.

No había ningún cuerpo ni rastro de él.

Sin poder salir, me arrastré por el sumidero y, después de retirar, no sin dificultad, algunos escombros y restos de mampostería ennegrecida que obstruían el hueco, aparecí en lo que había sido la fatídica bodega.

Por fin todo estaba claro. Mi padre, cualquiera que fuera la causa que le había hecho caer enfermo durante la comida (y creo que el testimonio de mi santa madre podría haber arrojado alguna luz sobre el asunto) había sido enterrado vivo. Su tumba se cavó accidentalmente sobre el centro de la bóveda de una alcantarilla y rompió, en sus esfuerzos por volver a la vida, la podrida pared y consiguió deslizarse hasta llegar finalmente a la bodega. Al comprobar que no era bienvenido en su propia casa, y como no tenía otra, vivió en su encierro subterráneo, testigo de nuestros ahorros y sustentado por nuestros alimentos; era él, ¡el muy ladrón!, el que se apoderaba de nuestra comida y se bebía nuestro vino. En un momento de embriaguez necesitó compañía, como le pasa a todos los borrachos, y abandonó su escondrijo sin darse cuenta de las funestas consecuencias que acarreaba a su familia: un error que fue casi un crimen.


Ambrose Bierce



27.9.09

Acholi



Los Acholi son un conjunto de grupos étnicos pequeños descendientes de diversas migraciones de los Luo. Algunos historiadores los consideran como el resultado de matrimonios mixtos entre Luos y Madis.

Al igual que los Luo, sus orígenes están en Rumbek, sur de Sudán. Se cree que el grupo mayor Luo emigrço hacia el sur, bajo la dirección de Olum y se estableció cerca de Pubungu Pakwach.

La leyenda afirma que ese Luo fue el primer hombre. No tenía ningún padre humano. Se dice que salió de la tierra, creado por su padre, Jok (Dios) y su madre, la Tierra. La leyenda añade que Jipiti, el hijo de Luo cuya madre es desconocida, tenía una hija llamado Kilak. Kilak, que no tenía marido, un día se perdió en el bosque de donde volvió después con un niño, al que llamaron Labongo , y que fue considerado como hijo del diablo, Lubanga. Nació con campanillas alrededor de sus muñecas y los tobillos y con plumas en su pelo. Había elementos definitivamente mágicos en Labongo. Se dice que era aficionado a bailar en todo momento al son del tintineo de sus campanillas.

Cuando Labongo creció, se casó y tuvo hijos normales . Se dice que la casa de Luo estaba en Bukoba, cerca de Pakwach. Labongo se convirtió en el primero de los Rwots (jefes) de Payera. El mismo Labongo cuyo nombre completo era Isingoma Labongo Rukidi, también es considerado como el primero de los reyes Babiito de Bunyoro-Kitara. Se dice que era el hermano gemelo de Kato Kimera que es considerado como el primer rey de los Buganda. También se dice que el primer Namuyongo del norte de Bugerere fue un hijo de Labongo.

Sea o no cierta esta leyenda, viene a explicarnos las relaciones lejanas entre muchos de los pueblos vecinos. Es interesante que los Banyoro y los Acholi, aparentemente pueblos muy diferenciados consideren que tienen un origen común. Algunos grupos Acholi como los Pajule rastrean su origen directamente en Bagungu de Bunyoro.

Localización:

* En Uganda: En el Distrito de Acholi, al norte del país. Constituyen el 4,4 % de la población.

* En Sudan: Originarios de Uganda ocupan parte del distrito de Opari, al sur del país

Pueblos vecinos: Luo , Madi. Banyoro

* Historia moderna

1844: Se abre una ruta comercial hasta el pais Buganda.

1850: Los comerciantes árabes son expulsados de Buganda

1861: El primer europeo llega al país Acholi.

1862: J.H. Speke cruzó el país Acholi y entra en Buganda.

1876: Llegan los primeros misioneros cristianos.

1890: Lugard firma un tratado en nombre de la Compañía Británica (IBEA) y se convierte en el primer administrador en Buganda.

1895: Se proclama el Protectorado de Africa Oriental. Bunyoro se incorpora al año siguiente.

1900: La rebelión del rey buganda lleva a los ingleses a firmar el Acuerdo de Uganda por el que se les concede una mayor autonomía que al resto del país, diferencia que será causa constante de conflictos en los años siguientes.

1904: Se inicia el cultivo de algodón.

1919: La Ordenanza de Autoridad Nativa definió los poderes de los jefes y la Ordenanza de las Cortes definieron los poderes de las cortes nativas.

1922: Bajo la declaración de la Ordenanza sobre la Tierras de la Corona , la mayoría la tierras de Uganda se convierten en tierra británica.

1945: Comienzan las primeras protestas políticas serias en Buganda, para conseguir el derecho para fijar del algodón en las exportaciones gubernamentales, el fin del monopolio asiático en el almacenaje del algodón y por el derecho para tener sus propios representantes en el gobierno local reemplazando a jefes puestos por los británicos.

1952: Se funda Congreso Nacional de Uganda, partido político africano moderno. El Gobierno británico empieza a estudiar la independencia de Uganda.

1953: Los líderes de Baganda exigen un calendario para la independencia de Buganda del resto del país. En noviembre, el rey de Baganda es deportado a Inglaterra y se declara el Estado de Emergencia.

1954: El gobierno y los líderes de Baganda llegan a un acuerdo y el rey vuelve como un gobernante constitucional al año siguiente. El Acuerdo de Buganda dio autonomía interior al reino.

1956: Se funda el Partido Democrático (DP). Estaba principalmente compuesto por el sector católico baganda. Los miembros de etnias diferentes a los Baganda comienzan a preocuparse por el predominio del rey de Baganda, y crean el partido Congreso del Pueblo de Uganda (UPC). Fue dirigido por Milton Obote, un Langi.

1961: El gobierno británico anuncia la celebración de elecciones en marzo. Los líderes Baganda boicotean dichas elecciones que suponen el no reconocimiento de la independenci total por parte del gobierno inglés.

1962, abril: La nueva unión de UPC-KY ganó la mayoría de asientos en las elecciones del abril. Obote se convierte en primer ministro y el rey de Baganda, en cabeza de estado.

El 9 de octubre de 1962 Uganda es independiente.

1964 de enero: El ejército se rebela y exige sueldos más altos y promociones más rápidas. Obote se ve obligado a llamar el británico para restaurar orden. En este momento el ejército empezieza a asumir un papel más prominente en el gobierno. Obote elige a Idi Amin como su protegido personal, al tiempo en que continua fortaleciendo la centralización del gobierno.

1967: Una nueva constitución abole los cinco reinos de Uganda. Buganda era dividido en cuatro distritos y se goberna bajo la ley marcial.

1969: Obote escapa a un intento de asesinato.

1970: Nuevo atentado contra la vida de Obote. Refuerza la presencia en el ejército de miembros Acholi y Langi para oponerse al predominio de miembros de la tierra de Amin (Nilo Oriental).

25 de enero de 1971: Amin da un golpe contra Obote y provoca una matanza de Acholis y Langis por sospechar que eran fieles a Obote.

1972, septiembre: Amin expulsa a la mayoría de los 50,000 asiáticos de Uganda y se queda con sus propiedades. A lo largo de los años setenta, el gobierno de Amin fue caracterizado por conflictos religiosos, una obsesión con el potencial de Obote para provocar un golpe de estado, y terror como un medios de controlar la población. Son asesinadas 300.000 personas aproximadamente bajo su mandato.

10 de mayo de 1980: Obote vuelve del destierro y se fijan elecciones para diciembre.

Durante los años ochenta, el pueblo Acholi sufrió una severa despoblación bajo los ataques del genocida Amin. Bajo el segundo régimen de Obote, muchos Acholi vuelven al ejército y esta vez serán ellos, quienes en venganza reproducen las matanzas, esta vez en la región de Amin, el Nilo Oriental. Si bajo el mandato de Amin se estimaron en 300.000 las personas muertas bajo el segundo régimen de Obote, se estimó en 500.000.

Obote es derrocado en julio de 1985 por soldados Acholi. En enero de 1986, Yoweri Museveni tomó el mando del gobierno y el ejército Acholi involucrado en el golpe del julio huye al norte.

Bajo Museveni, los Acholi, parece que no han sufrido de abusos o venganzas. Grupos armados continuaron existiendo hasta finales de los 80, sin que ninguno supusiera una gran amenaza para el estado. El UPDM (el Movimiento Democrático Popular de Uganda) deja su lucha en 1990 y el UDCA (Ejército Demócrat Crsitiano de Uganda) queda como el grupo de oposición principal en la región. El UDCA, después conocido como el LRA (el Ejército de Resistencia del Señor), luchan por la constitución de un estado cristiano fundamentalista.

En enero de 1994 se rompen las negociaciones entre el LRA y el gobierno y se recrudece la guerrilla que en los años sucesivos tendrá a la propia población Acholi como principal perjudicada con constantes ataques a las poblaciones, con quema de casas, mutilaciones, secuestro de niños para ser entrenados para el LRA, o para ser vendidos como esclavos en Sudán, secuestro de niñas para ser obligadas a casarse con comandantes rebeldes. Hay fuentes que confirman las acusaciones del gobierno sobre el apoyo del gobierno de Sudán al mantenimeinto de las bases de los rebeldes en su territorio, que cuentan entre 1.000 y 2.000 miembros armados.

1998: UNICEF estima que unos 10.000 niños han sido raptados y obligados a combatir en las filas del LRA durante los últimos 5 años. Se piensa que el LRA cuenta con un apoyo del 10% de la población Acholi. La mayoría Acholi se opone tambien a Museveni, según algunos observadores, debido fundamentalmente porque ellos creen que su gobierno no hace lo necesario para detener la actividad del LRA.

En tanto que los parlamentarios acholi como la diáspora acholi en Londres insisten en la necesidad de que el gobierno llegue a acuerdos con el LRA, Museveni se niega a mantener conversaciones con los rebeldes.

Sociedad:

Quizás, lo que más suele llamar la atención de la cultura Acholi sea la importancia social que tiene la danza, normalmente realizada en grupo, siendo rara la danza individual.

Los Acholi tienen ocho tipos diferentes a saber: lalobaloba, otiti, bwola, el myel-awal (wilyel), el ladongo, apiti, myel-wanga y atira. En el baile del lalobaloba, no se usa ningún tambor. Las personas bailan en un círculo. Los hombres forman el anillo exterior. Un hombre puede mover una mano sobre su cabeza. No hay ninguna ocasión especial para este baile. Todos los bailarines llevan ramitas.

En el baile del otiti, todos los bailarines masculinos llevan lanzas y escudos. Los bailarines abrazan tambores que normalmente se atan a un poste en medio de la arena. Este baile se acompaña de constante gritos más que de cantos; al final, se dejan las lanzas y los escudos y el baile se convierte en el lalobaloba.

El baile del bwola es el más importante. Es el baile del jefe y sólo se realiza ante él. Los hombres forman un círculo grande; uno de ellos lleva un tambor. Las muchachas bailan separadamente dentro del círculo. El baile tiene un líder definido que evoluciona dentro del círculo y que es quien marca los tiempos y dirige los cantos. Este maestro de danza es considerado persona importante y tradicionalmente llevaba una piel de leopardo.

El baile de myel-awal es un baile fúnebre. Las mujeres se lamentan alrededor de la tumba mientras los hombres, armados con lanzas y escudos bailan el lalobaloba.

Apiti es un baile para las muchachas. Bailan en una línea acompañadas de sus cantos. Normalmente se celebra a mitad del año cuando las lluvias son buenas.

Ladongo es una danza que se bailaba cuando la caza era exitosa y aún los cazadores estaban lejos de sus casas. En este baile, los hombres y mujeres se enfrentan en dos líneas, saltando y aplaudiendo sus manos de arriba abajo.

En el baile myel-wanga , todos los hombres se sientan y tocaron su nanga (arpa) mientras delante de ellos, las mujeres bailan el apiti. Este baile normalmente se danza después de las ceremonias de casamientos o a las fiestas de la cerveza. Sin embargo, hoy día se considera un baile anticuado. Se llevaba a cabo en la víspera de una batalla. Todos los bailarines iban armados y en sus mivimientos imitaban la lucha con sus lanzas y empujones.


25.9.09

El pequeño Etsa

Cuentan los abuelos del pueblo shuar* que Iwia es un demonio terrible... ¡un diablo!

Tiene la costumbre de atrapar a los shuar y meterlos en su enorme bolsa . Una mañana y con engaños robó a Etsa, un shuar bebé. y, le hizo creer que él era su papá. Esto fue hasta que sucedió la historia que te voy a contar…

Cuando Etsa creció, todos los días salía a cazar para que el demonio Iwia ,que él creía su papá, comiera.

- Etsa,¡ hoy quiero tres pájaros de postre! – le ordenaba.

El muchacho regresaba con una bolsa llena de pájaros y aves .

Una mañana, cuando apenas empezaba su cacería, se asombró de que la selva estuviera en silencio. ¡No se oían ni trinos, ni gorjeos, ni arrullos, ni graznidos por ninguna parte!. Mientras Etsa se preguntaba qué estaba pasando se le acercó una paloma...

-Etsa : yo soy Yápankam. Mirá qie silenciosa y triste se ve nuestro hogar. Estoy sola. Has apresado a todos los pájaros y aves de este bosque y, casi llorando, le preguntó-¿me vas a matar a mí también?

- No, creo que no, un ave solamente de qué le serviría a mi padre – y agregó - ¡ Este silencio es horrible!

Ay, palomita…mi corazón sufre… cómo puedo ser tan distinto a mi padre? no quiero obedecerlo más!

Y se dejó caer , sollozando ,sobre un colchón de hojas .

Entonces Yápankam se acercó y poniéndole un ala en el hombro lo acarició .

-No le hagas más caso si lo que te pide daña a tu corazón. Además…no sigas en ese error: él no es tu papá. Hace tiempo te alejó de tus verdaderos padres. Etsa ¡tú eres ¡un shuar!…

Etsa miró con los ojos muy abiertos a la paloma pero…ella le estaba confiando algo que ya sentía en su interior.

- Soy un shuar? Yo soy de ese linda gente que vivía antes por acá?

-Sí, Etsa, eres un shuar…-y agregó- no puedes hacer nada para volver ya con tus padres, pero aún puedes ¡devolverle la vida a los pájaros!…

- Cómo?-Etsa bajó la cabeza- Por favor puedo? Si es lo que más deseo!- dijo el muchacho.

- Andá a tu casa y recogé las plumas que hayan quedado por todos los rincones y metélas en tu cerbatana.Todas las que puedas. Cuando hayas terminado , corré a la selva y soplála con fuerza. Hacé lo que te digo, Etsa, El Espíritu de la Naturaleza cumplirá tu deseo

Etsa, corrió a su choza y anduvo durante dos días- sin que el diablo lo viera- juntado las plumas.

Y a la mañana del segundo día se fue hacia lo más tupido de los árboles y sopló.

¡Qué hermoso milagro! De su canuto empezaron a salir no plumas sino cientos de pájaros de todos los colores .Eran tantos, tantos que al poco rato cubrieron el cielo…después cada uno a su tiempo, fueron planeando hacia los árboles para re construir sus nidos.

A Etsa el corazón le saltaba en el pecho de la alegría..

Jamás volvió con Iwia ni quiso enterarse más de la vida del diablo.

Se quedó en la selva, retozando y cuidando a los que ahora eran sus amigos Y ¡claro! también se quedó junto a Yápankam, la paloma, su amiga sabia, que lo había ayudado a cambiar su feo destino.

*Los Shuar son el pueblo amazónico más numeroso (aproximadamente de 80.000 individuos). Los Shuar habitan entre las selvas del Perú y Ecuador.

LEYENDA ECUATORIANA



A Victim of Higher Space


-Un hombre estraordinario lo espera, señor -dijo el hombre nuevo.

-¿Por qué extraordinario? -preguntó el doctor Silence, deslizando la punta de los dedos a través de su barba castaña. Sus ojos centellaron- ¿Por qué extraordinario, Baker? -repitió alentadoramente, dándose cuenta de la expresión perpleja en los ojos del hombre.

-Es tan... flaco señor. Casi no podía verlo. Estuvo dentro de la casa antes que pudiera preguntarle su nombre.

-¿Y quién lo trajo hasta acá?

-Vino solo, señor, en un cabriolé cerrado. Me apartó antes de que yo pudiera decir algo.... sin hacer ningún ruido, no que yo pudiera oír. Parecía moverse muy suavemente...

El hombre se detuvo obviamente avergonzado, como si ya hubiese dicho suficiente para arriesgar su nueva situación, pero tratando de mostrar que recordaba las instrucciones y advertencias que había recibido respecto a la admisión de extraños sin una acreditación apropiada.

-¿Y dónde está ese caballero ahora? -preguntó el doctor Silence, apartándose para ocultar su diversión.

-No podría decirlo exactamente, señor. Lo dejé esperando en el vestíbulo...

El doctor lo miró agudamente.

-¿Y por qué en el vestíbulo? ¿Por qué no en la salita de espera? -fijó sus ojos penetrantes pero amables sobre el rostro del hombre- ¿Te asustó? -preguntó rápidamente.

-Creo que lo hizo, señor, si puedo decirlo de esa manera. Me parecía perderlo de vista, como si... -balbuceó, convencido de que se había ganado su despido- Entró de forma tan extraña, tal como el viento helado.

El doctor tomó nota internamente de la descripción vacilante; estaba satisfecho de que la sutil evidencia de intuición que lo había inducido a contratar a Baker no había fallado del todo. El doctor Silence buscaba esta cualidad en todos sus asistentes, desde el secretario hasta el hombre del servicio, y aunque esto lo rodeaba de un personal algo particular, los inconvenientes estaban más que compensados en su totalidad por sus destellos ocasionales de perspicacia.

-Así que el caballero te hizo sentir extraño, ¿no es cierto?

-Creo que así fue, señor -repitió el hombre.

-¿Y no trae ninguna clase de presentación para mí, ninguna carta o algo así? -preguntó el doctor con fingida sorpresa, como si supiera lo que vendría.

-Pido sus disculpas, señor -dijo, tremendamente perturbado- el caballero me entregó esto para usted.

Era la nota de un perspicaz amigo, quien hasta el momento jamás le había mandado un caso que no fuera interesante desde un punto de vista u otro: Por favor reciba al portador de esta nota -decía el breve mensaje- aunque dudo que incluso usted pueda hacer algo para ayudarlo.

John Silence se detuvo, como para atrapar de la mente del escritor todo lo que se encontraba detrás de las breves palabras. Luego observó a su sirviente con una expresión más seria de la que hasta el momento había mostrado.

-Regresa y encuentra a este caballero -dijo- y dirígelo al estudio verde. No contestes a sus preguntas, o hables más de lo realmente necesario; pero Barker, ten pensamientos amables, serviciales, compasivos, tan fuertemente como te sea posible. Recuerda lo que te dije cuando te contraté, acerca de la importancia de los pensamientos. Pon curiosidad en tu mente, y piensa amablemente, compasivamente, afectuosamente, si es que puedes.

Sonrió, y Barker, quien había recuperado su compostura frente a la presencia del doctor, se inclinó silenciosamente y salió.

Había dos salas de recepción distintas en la casa del doctor Silence. Una, pensada para las personas que creían necesitar ayuda espiritual cuando realmente eran sólo candidatos para el manicomio; tenía paredes acolchadas, y estaba bien aprovisionada con varios artilugios escondidos para enfrentar y superar cualquier violencia súbita. Sin embargo, raramente era utilizada. La otra, pensada para la recepción de genuinos casos de congoja espiritual y aflicciones extraordinarias de naturaleza psíquica, estaba enteramente tapizada y amueblada en un tranquilizante y profundo verde, calculado para inducir serenidad y descanso en la mente. Y ésta era la habitación donde el doctor Silence entrevistaba a la mayoría de sus casos "raros", y a la cual había ordenado a Baker traer a su actual visitante.

Para comenzar, la silla en la cual el paciente se sentaba, estaba clavada al suelo, pues su inmovilidad tendía a impartir esta misma excelente característica al ocupante. Invariablemente, los pacientes se iban excitando al hablar de sí mismos, y su entusiasmo tendía a confundir sus pensamientos y exagerar su lenguaje. La inmovilidad de la silla ayudaba a contrarrestar esto. Luego de repetidos esfuerzos por arrastrarla hacia adelante, o de empujarla hacia atrás, terminaban por resignarse a quedarse sentados quietos. Y a la futilidad de la impaciencia seguía un estado mental más tranquilo.

Sobre el suelo, y a intervalos en la pared inmediatamente detrás, habían ciertos botoncitos verdes, prácticamente invisibles, los cuales al ser presionados permitían la emanación invisible de un narcótico tranquilizante y persuasivo que rodeaba al ocupante de la silla. El efecto sobre el excitado paciente era rápido, admirable e inocuo. Más aún, el estudio estaba provisto de un secreto ojo espía; pues a John Silence le gustaba, cuando era posible, observar el rostro de su paciente antes de asumir la máscara que los rasgos de la expresión humana llevan invariablemente en presencia de otra persona. Un hombre sentado solo tiene una expresión psíquica; y esta expresión es el hombre en sí mismo. Desaparece en el momento en que otra persona se le une. Y el doctor Silence a menudo aprendía más de unos pocos momentos de secreta observación de un rostro que en largas horas de conversación con su dueño, posteriormente.

Un paso muy liviano, casi danzarín, siguió las pesadas zancadas de Baker hacia la habitación verde, y un momento después llegó el hombre anunciando que el caballero estaba esperando. Aún estaba pálido y sus gestos nerviosos.

-No te preocupes, Baker -dijo el doctor amablemente-; si no fueras intuitivo el hombre no te hubiera causado ningún efecto. Sólo necesitas entrenamiento y desarrollo. Y cuando hayas aprendido a interpretar mejor estos sentimientos y sensaciones, no sentirás miedo, sino sólo una gran compasión.

-Sí, señor; ¡Gracias Señor!. -Y Barker hizo una reverencia e hizo su escape, mientras el doctor Silence, una divertida sonrisa acechando en las comisuras de su boca, se dirigió silenciosamente a lo largo del pasaje, hacia abajo, y puso su ojo en el agujero espía en la puerta del estudio verde.

Este agujero espía estaba emplazado de tal manera que comandaba una visión de casi la habitación entera, y, mirando a través de él, el doctor vio un sombrero, guantes y un paraguas sobre una silla junto a la mesa, pero buscó en principio en vano a su dueño. Ambas ventanas estaban cerradas y un fuego vigoroso ardía en el hogar. Había varios signos signos inteligibles, por lo menos para un alma profundamente intuitiva que la habitación estaba ocupada, sin embargo, hasta a donde a seres humanos se refiere, parecía innegablemente vacía. Nadie estaba sentado en las sillas; nadie estaba parado en la esterilla frente al fuego; no había ni siquiera un signo de que un paciente estuviera en algún lugar cerca de la pared, examinado la reproducción de Böcklin como suelen hacer los pacientes tan frecuentemente cuando pensaban que estaban solos y por lo mismo, difíciles de avistar desde el agujero. Llanamente hablando, no había nadie en la habitación. Estaba desocupada.

Sin embargo, el doctor Silence estaba completamente conciente de que un ser humano se encontraba en la habitación. Su sistema sensorial nunca fallaba en darle a conocer la proximidad de un ser real o irreal. Incluso en la oscuridad podía definirlo. Y ahora supo fehacientemente que su paciente, el paciente que había alarmado a Barker, y había viajado por el corredor con ese paso danzarín, estaba en alguna parte escondido entre las cuatro paredes que eran dominadas desde su ojo espía. También se dio cuenta y esto era de lo más inusual que este individuo al que quería observar sabía que estaba siendo vigilado. Y, más aún, que el mismo extraño, a su vez, también estaba observando. De hecho, era él, el doctor, el que estaba siento observado y por un observador tan agudo y entrenado como él mismo.

Un indicio del verdadero estado del caso comenzó a caer sobre él, y estaba a punto de entrar de hecho su mano ya tocaba la manilla de la puerta cuando su ojo, aún adherido al agujero, detectó un movimiento. En una posición directamente opuesta, entre él y la chimenea, algo se agitó. Observó muy atentamente y se aseguró de no estar equivocado. Un objeto sobre la mesa era un vaso azul desapareció de la vista. Pasó fuera de la visión junto con la porción de mármol de la mesa, sobre la que reposaba. Luego, aquella parte del fuego, hogar y guardafuego de bronce inmediatamente debajo, se desvaneció completamente, como si una tajada hubiera sido limpiamente sacada de ellos.

En ese momento, el doctor Silence comprendió que algo entre él y aquellos objetos lentamente comenzaba a existir, algo que los escondía y obstruía a su visión al insertarse a sí mismo en la línea de visión entre ellos y él mismo.

Tranquilamente esperó por resultados posteriores antes de entrar.

Al principio vio una delgada y perpendicular línea que se trazaba por encima de la altura del reloj y continuaba hacia abajo hasta que alcanzaba el lanudo felpudo de la chimenea. La línea se hizo más ancha, ampliándose, haciéndose sólida. No era una sombra; era algo con sustancia. Se iba definiendo más y más. Luego, repentinamente, en la punta de la línea, al nivel de la cara del reloj, vio un pequeño disco luminoso contemplándolo resueltamente. Era un ojo humano, mirando fijamente al suyo, presionado allí contra el agujero. Y brillaba con inteligencia. El doctor Silence contuvo su respiración por un momento y nuevamente lo observó.

Luego, como alguien saliendo de una profunda oscuridad hacia la luz, vio la figura de un hombre deslizarse a la vista, una cara blancuzca siguiendo al ojo, y la línea perpendicular que al principio había visto ensancharse y desarrollarse hasta la completa figura de un ser humano. Era el paciente. Aparentemente había estado ahí, parado frente al fuego todo el tiempo. Un segundo ojo siguió al primero, y ambos miraban fijamente al ojo espía, gravemente concentrados, sin embargo, con un leve destello de humor y diversión que le hicieron imposible al doctor mantener su posición por más tiempo.

Abrió la puerta y entró rápidamente. Al hacerlo notó por primera vez el sonido de una banda alemana que entraba ruidosamente a través de los ventiladores abiertos. De alguna forma intuitiva, inexplicable, la música se conectaba con el paciente al que estaba a punto de entrevistar. Esta suerte de presagio no le era desconocida. Siempre se explicaba a sí mismo más tarde. Vio que el hombre era de mediana edad y de apariencia ordinaria; de hecho, tan ordinaria, que era difícil de describir su única particularidad era su extrema delgadez. Unas agradables vibraciones eso es, buenas- emanaban de su atmósfera y encontraron al doctor Silence mientras avanzaba a saludarlo, sin embargo, eran vibraciones vivientes llenas de corrientes y descargas que traicionaban la perturbada y desordenada condición de su mente y su cerebro. Evidentemente había algo absolutamente fuera de lo usual en el estado de sus pensamientos. Pero, aunque extraño, no era del todo perturbador; no era la impresión que la quebrada y violenta atmósfera del loco produce sobre la mente. El doctor Silence se dio cuenta en un destello que allí había un caso de absorbente interés que podría requerir de todo sus poderes para ser abordado apropiadamente.

-Lo estaba observando a través de mi pequeño ojo mágico, como notó -comenzó, con una agradable sonrisa, avanzando para darle la mano- . A veces lo encuentro de gran ayuda....

Pero el paciente lo interrumpió inmediatamente. Su voz era apurada y tenía extraños y estridentes cambios, quebrándose de agudo a grave de forma inesperada. En un momento tronaba, en el otro casi chirriaba.

-Comprendo sin que me explique -interrumpió rápidamente-. De esa forma obtiene la verdadera nota de un hombre, cuando no se siente observado. Lo apoyo completamente. Sólo que en mi caso, me temo que vio muy poco. Mi caso, como por supuesto usted comprende, doctor Silence, es extremadamente peculiar, incómodamente peculiar. De hecho, Sir Williams me aseguró que....

-Mi amigo lo ha mandado a verme -el doctor interrumpió seriamente, con una suave nota de autoridad-, y eso es suficiente. Por favor siéntese, señor ......

-Mudge... Racine Mudge -replicó el otro.

-Tome esta cómoda silla, señor Mudge -dirigiéndole hacia la silla arreglada-, y cuénteme acerca de su condición en sus propias palabras y a su propio paso. Mi día entero está a su disposición si así lo requiere.

El señor Mudge se dirigió hacia la silla en cuestión y luego dudó.

-Prométame que no usará los botones narcóticos -dijo, antes de sentarse- No los necesito. Además, debo mencionar que cualquier cosa que usted piense intensamente alcanzará mi mente. Esto es, aparentemente, parte de mi peculiar caso. -Se sentó con un suspiro y arregló sus delgadas piernas y cuerpo hasta alcanzar una posición cómoda. Evidentemente era muy sensible a los pensamientos de los otros, ya que la imagen de los botones verdes había entrado solamente por un segundo a la mente del doctor, mientras que el otro lo captó instantáneamente. El doctor Silence notó además, que el señor Mudge se aferraba fuertemente con ambas manos a los brazos de la silla.

-Casi estoy feliz de que la silla esté clavada al suelo -recalcó, mientras se establecía más cómodamente-. Me favorece. El hecho es... y esto es mi caso en una cáscara de nuez... lo cual es todo lo que un doctor de su maravilloso desarrollo requiere... el hecho es, doctor Silence, que soy una víctima del Espacio Superior. Eso es lo que sucede conmigo... ¡Espacio Superior!

Ambos se miraron por un momento, en silencio, el pequeño paciente sujetándose fuertemente a los brazos de la silla que le "favorecían admirablemente", y mirando hacia arriba con ojos fijos, su atmósfera temblando por las ondas de alguna actividad desconocida; mientras que el doctor sonreía amable y compasivamente, y ponía su mente lo más lejos posible, dentro de la condición mental del otro.

-Espacio Superior -repetía el señor Mudge- eso es lo que es. Ahora, ¿piensa usted que puede ayudarme con eso?

Hubo una pausa durante la cual los ojos de los hombres buscaron fijamente bajo la superficie de sus respectivas personalidades. Entonces el doctor Silence habló.

-Estoy completamente seguro de que puedo ayudar -respondió serenamente- la compasión siempre debe ayudar, y el sufrimiento siempre llama a mi compasión. Veo que usted ha sufrido cruelmente. Debe contarme todo sobre su caso, y cuando escuche los pasos graduales por los cuales usted ha llegado a este extraño estado, no tengo duda que puedo ser de ayuda para usted.

Acercó la silla junto a su interlocutor y posó su mano sobre su hombro por un momento. Todo su ser irradiaba bondad, inteligencia, deseo de ayudar.

-Por ejemplo -prosiguió- estoy seguro de que fue el resultado de algo más que la coincidencia que usted se familiarizara con los terrores de lo que usted llama Espacio Superior; pues espacio superior no es sólo una medida externa. Es, por cierto, un estado espiritual, una condición espiritual, un desarrollo interno, y uno que debemos reconocer como anormal, pues se encuentra más allá del alcance de nuestros sentidos en la presente etapa de evolución. El Espacio Superior es un estado místico.

-¡Oh! -exclamó el otro, frotándose sus manos de pájaro con satisfacción-, ¡qué alivio para mí hablar con alguien que pueda comprender! Por supuesto, lo que dice usted es la absoluta verdad. Y tiene razón de que no fue la pura casualidad la que me condujo a mi actual condición, sin embargo fue un estudio prolongado y deliberado. Pero es la suerte, en un sentido, la que la gobierna. Me refiero a que, mi entrada a la condición de espacio superior parece depender sobre la suerte de ésta y aquélla circunstancia. -Suspiró y se detuvo por un momento . De hecho-continuó- el mero sonido de esa banda alemana me disparó. No es que toda la música lo haga, sino que ciertos sonidos, ciertas vibraciones me elevan de tono hasta alcanzar el nivel requerido, me disparan. La música de Wagner siempre lo hace, y aquella banda debe haber estado tocando una fuga de Wagner. Pero ya llegaré a todo eso más adelante. Pero primero -sonrió modestamente- debo pedirle que retire a su hombre del ojo espía.

II.

John Silence miró sobresaltado, pues el señor Mudge estaba de espaldas a la puerta, y no había ningún espejo. Vio el ojo café de Barker pegado al pequeño círculo de vidrio, y cruzó la habitación sin hablar y de golpe bajó la negra persiana provista para ese propósito, y luego oyó a Barker alejarse arrastrando los pies por el pasadizo.

-Ahora -continuó el pequeño hombre en la silla-, puedo continuar. Usted ha logrado ponerme completamente cómodo, y siento que podría contarle mi caso completo sin vergüenza o reserva. Usted entenderá. Pero deberá ser paciente conmigo si me extiendo en detalles que para usted ya son familiares... detalles del espacio superior, o sea... si parezco estúpido tratando de describir cosas que trascienden el poder del lenguaje y son realmente por lo mismo, indescriptibles.

-Mi querido amigo -añadió el otro calmadamente-, eso no necesita decirlo. Conocer el espacio superior es una experiencia que desafía cualquier descripción, y uno se ve obligado a hacer uso de símbolos más o menos inteligibles. Pero, por favor, proceda. Sus intensos pensamientos me dirán más que sus vacilantes palabras.

Un inmenso suspiro de alivio le llegó desde la pequeña figura media perdida en las profundidades de la silla. Aquella afinidad inteligente encontrándolo a medio camino era una experiencia nueva, y al instante tocó su corazón. Se reclinó hacia atrás, relajando su fuerte asidero de los brazos, y comenzó en su voz delgada y escamosa.

-Mi madre era francesa y mi padre un barquero de Essex -dijo abruptamente-. De ahí mi nombre... Racine y Mudge. Mi padre murió aún antes de que lo viera. Mi madre heredó dinero de sus parientes de Bordeaux, y cuando murió, poco después, fui dejado solo con riquezas y una extraña libertad. No tenía cuidadores, fiduciarios, hermanas, hermanos, o cualquier conexión en el mundo que me cuidara. De esta forma, crecí absolutamente sin educación. Todo esto fue en mi beneficio; no aprendí nada de esa basura engañosa que se enseña en los colegios, así que no tenía nada que desaprender cuando desperté a mi amor verdadero... las matemáticas, matemáticas superiores y geometría superior. Sin embargo, parecía conocerlas instintivamente. Era como el recuerdo de algo que había estudiado profundamente antes; los principios estaban en mi sangre, y simplemente corrían a través de las etapas ordinarias, y más allá, y luego hice lo mismo con la geometría. Luego, cuando leía los libros de estas materias, comprendía cuán ligero y fielmente el conocimiento había retornado a mí. Simplemente era memoria. Era simplemente recolectar los recuerdos de lo que había sabido antes, en una existencia previa y no requería de libros para enseñarme.

En su creciente entusiasmo, el señor Mudge trataba de arrastrar la silla hacia delante, algo más cerca de su oyente, y luego sonreía débilmente al resignarse instantáneamente a su inmovilidad, y se sumergía nuevamente al relato de su extrañan "enfermedad".

-Las audaces especulaciones de Bolilla, las sorprendentes teorías de Gauss... que a través de un punto más de una línea podía ser trazada paralela a la línea dada; la posibilidad de que los ángulos de un triángulo fueran en conjunto mayor que dos ángulos rectos, si es que eran dibujadas sobre inmensas curvaturas... las intuiciones de Beltrami y Lobatchewsky... a través de todas estas me apresuré y emergí, jadeante pero insatisfecho, sobre el límite de mi... mundo, mis posibilidades de espacio superior... en una palabra, ¡mi enfermedad!

Cómo llegué hasta allí -retomó luego de una breve pausa, durante la cual pareció haber estado esperando un sonido que se acercaba-, es más que lo que puedo poner en palabras inteligibles. Sólo puedo esperar dejar su mente con una comprensión intuitiva de la posibilidad de lo que digo.- Aquí, sin embargo, se introdujo un cambio. En este punto ya no estaba absorbiendo los frutos de los estudios que había realizado anteriormente; era el comienzo de nuevos esfuerzos por aprender por primera vez, y tenía que ir lenta y laboriosamente a través de un trabajo terrible. Aquí busqué en las teorías y especulaciones de otros. Sin embargo, los libros eran muy pocos y muy espaciados, y, con la excepción de un hombre_un "soñador", como el mundo lo llamaba... cuya audacia y penetrante intuición me sorprendieron y me encantaron más allá de toda descripción, no encontré a nadie que me guiara o ayudara.

Por supuesto que usted, doctor Silence, comprende algo de hacia dónde me estoy dirigiendo con estas titubeantes palabras, aunque no pueda quizá todavía adivinar a qué profundidades de dolor me llevó mi nuevo conocimiento, ni por qué una relación con una nueva dimensión del espacio pudo resultar una fuente de misterio y terror.

El señor Mudge, recordando que la silla no se movería, hizo lo mejor que pudo en su deseo de acercarse al hombre atento que lo encaraba, y se inclinó hacia adelante sobre el borde mismo de los cojines, cruzando sus piernas y gesticulando con ambas manos como mirando esta región del nuevo espacio que estaba intentando describir, y pudiera en cualquier momento saltar dentro de él desde el borde de la silla y perderse de vista. John Silence, separado de él por tres ases, se mantenía con los ojos fijos sobre la pálida cara de enfrente, reparando en cada palabra y gesto con una profunda atención.

-Esta habitación donde estamos sentados, doctor Silence, tiene un lado abierto al espacio... al espacio superior. Una caja cerrada sólo parece cerrada. Existe una entrada y una salida de una burbuja de jabón, sin romper la membrana.

-No me dice nada nuevo interpuso gentilmente el doctor.

-Por lo tanto, si el espacio superior existe y nuestro mundo limita con él y se encuentra parcialmente en él, necesariamente se concluye que nosotros sólo vemos porciones de los objetos. Jamás vemos su forma real y completa. Vemos tres dimensiones, pero no la cuarta. La nueva dirección se encuentra escondida para nosotros, y cuando sostengo este libro y muevo mi mano alrededor de él, no he hecho realmente el circuito completo. Sólo percibimos aquellas porciones de cualquier objeto que exista en nuestras tres dimensiones, el resto se nos escapa. Sin embargo, una vez aprendido a ver en espacio superior, todos los objetos aparecerán como realmente son. ¡Sólo que por lo mismo serán difícilmente reconocibles! Ahora puede comenzar a comprender hacia dónde me dirijo

-Comienzo a comprender algo de lo que usted debe haber sufrido -observó conciliadoramente el doctor- puesto que yo mismo viví experimentos similares, sólo que me detuve justo a tiempo....

-Usted es el único hombre en el mundo que me puede comprender, y compadecer -exclamó el señor Mudge, asiendo su mano y sosteniéndola fuertemente mientras hablaba. La silla clavada prevenía mayores entusiasmos.

-Bueno -continuó luego de una pausa momentánea- me procuré con los implementos y los cubos de colores para la experimentación práctica, y seguí las instrucciones cuidadosamente hasta que llegué a una concepción imaginaria del espacio en cuatro dimensiones. Al tesaracto, la figura cuyas fronteras son cubos, lo conocía de memoria. Me refiero a que lo conocía y lo veía mentalmente, pues mi ojo, por supuesto, jamás podría admitir una nueva medida, ni podrían mis manos o mis pies manejarla.

-De esta forma, al menos agregó, haciendo una mueca de desagrado-pensé que había llegado a la etapa en la que podía imaginar en una nueva dimensión. Era capaz de concebir la forma de una nueva figura que es intrínsecamente diferente a todo lo que conocemos... la forma del tesaracto. Podía percibir en cuatro dimensiones. De esta forma, cuando observaba un cubo, podía ver todos sus lados al instante. Su área superior no estaba reducida, ni su lado más distante ni la base invisible. Veía el todo plano, por así decirlo. Más aún, también veía su contenido... su interior.

-¿No fue usted capaz de entrar a este nuevo mundo? -interrumpió el doctor Silence.

-No entonces. Sólo era capaz de concebir intuitivamente cómo sería y cómo debería realmente verse. Más tarde, cuando me deslicé allí y vi los objetos en su completitud, ilimitados por la insuficiencia de nuestras pobres tres medidas, casi estuve a punto de perder mi vida. Pues usted sabe, el espacio no se detiene en una única nueva dimensión, la cuarta. Se extiende a todas las nuevas posibles, y debemos imaginarlo como conteniendo un número infinito de nuevas dimensiones. En otras palabras, no hay un espacio, sino sólo una condición. Pero, mientras tanto, he llegado a comprender el extraño hecho de que los objetos en nuestro mundo normal se nos presentan sólo parcialmente.

El señor Mudge se adelantó aún más en la silla balanceándose peligrosamente en el mismo borde de ésta.

-Desde este punto de partida -retomó- comencé mis estudios y experimentos, y los continué por años. Tenía dinero, y no tenía amigos. Vivía en soledad y experimentaba. Mi intelecto, por supuesto, tenía poco espacio en el trabajo, pues intelectualmente era impensable. Nunca se había visto más claramente demostrada la limitación de la mera razón. Fue místicamente, intuitivamente, espiritualmente como empecé a avanzar. Y lo que aprendí, sabía e hice, es imposible de poner en palabras, pues describen experiencias que trascienden las experiencias de los hombres. Son sólo algunos de los resultados los que usted llamaría los síntomas de mi enfermedad los que puedo entregarle, e incluso estos pueden muchas veces parecer contradicciones absurdas y paradojas imposibles.

-Sólo puedo decirle, doctor Silence -repentinamente sus maneras se volvieron graves- que a veces he llegado a una posición en que todos los grandes misterios del mundo se tornaron comprensibles para mí, y comprendí lo que en los libros de Yoga llaman "La Gran Herejía de la Separatividad"; porqué los grandes maestros han urgido la necesidad de que el hombre ame a su prójimo como a sí mismo; cómo los hombres son realmente uno; y porqué la pérdida absoluta de uno mismo es necesaria para la salvación y el descubrimiento de la vida verdadera del alma.

Se detuvo un instante y tomó aliento.

-Sus especulaciones fueron las mías hace mucho tiempo atrás -dijo el doctor tranquilamente-. Me doy completamente cuenta de la fuerza de sus palabras. Sin duda los hombres no están del todo separados... en el sentido que ellos imaginan.

-Todo lo referente a este espacio aún más elevado sólo lo concebía oscuramente, por supuesto, -prosiguió el otro, elevando nuevamente su voz a tirones-; pero lo que me sucedió fue el accidente más insignificante... un desastre simple... de, oh, Dios, ¿cómo decirlo?...

Balbuceó y mostró evidentes signos de ansiedad.

-Simplemente fue esto -retomó con súbita prisa en sus palabras-, que, accidentalmente, como resultado de mis años de experimentación, un día me deslicé corporalmente hacia el próximo mundo, el mundo de las cuatro dimensiones, sin saber precisamente cómo había llegado allí, o cómo podría regresar. Descubrí que mi cuerpo ordinario en tres dimensiones, no era más que una expresión... una proyección parcial... ¡de mi cuerpo superior en cuatro dimensiones!

-Ahora comprenderá lo que mencioné hace un rato en nuestra conversación, cuando hablé del azar. No puedo controlar mi entrada o salida. Algunas personas, algunas atmósferas humanas, ciertas fuerzas errantes, pensamientos, incluso deseos... la radiación de ciertas combinaciones de colores, y sobretodo, las vibraciones de ciertos tipos de música, me arrojan a un estado que sólo puedo describir como una vibración interna, terrorífica e intensa... ¡y repentinamente me disparo! ¡Lejos, en dirección de todos los ángulos rectos de nuestras direcciones conocidas! ¡Lejos, en la dirección que toma un cubo cuando comienza a trazar los contornos de una nueva figura, el tesaracto! ¡Lejos, hacia mi espacio superior, intenso y semi divino!¡Lejos, dentro de mí mismo, dentro del mundo de las cuatro dimensiones!

Quedó sin aliento y se dejó caer en las profundidades de la silla inmóvil.

-Y allí -murmuró, su voz surgiendo de entre los cojines- allí debo quedarme hasta que dichas vibraciones cesen, o hasta que hagan algo, que no puedo encontrar las palabras para describir de forma apropiada o inteligible para usted_y entonces, de repente, estoy de vuelta nuevamente. Primero, desaparezco. Luego reaparezco. Sólo que- suspiró- no puedo controlar mi entrada ni mi salida.

-Perfecto -exclamó el doctor Silence- , y por eso hace unos pocos....

-Por eso hace pocos momentos- interrumpió el señor Mudge, quitándole las palabras de la boca-, me encontró ido, y luego me vio retornar. La música de esa funesta banda Alemana me empujó. Sus intensos pensamientos sobre mí me trajeron de vuelta... cuando la banda hubo terminado su Wagner. Lo vi aproximarse al agujero y vi más tarde la intención de Barker de hacer lo mismo. Para mí ningún interior está oculto. Yo veo dentro. Cuando estoy en ese estado los contenidos de su mente, así como los de su cuerpo, están abiertos a mí como el día. ¡OH Dios, oh Dios, oh Dios!

El señor Mudge se detuvo y enjuagó su frente. Un ligero estremecimiento recorrió la superficie de su pequeño cuerpo, como el viento sobre el pastizal. Aún se aferraba fuertemente a los brazos de la silla.

-Al principio -continuó-, mis nuevas experiencias eran tan gráficamente interesantes que no me sentí alarmado. No había espacio para eso. El miedo vino poco después.

-¿Entonces, usted realmente penetró en ese estado, lo suficientemente lejos como para experienciarse a sí mismo como una parte normal de él? -preguntó el doctor, acercándose, profundamente interesado.

El señor Mudge asintió con su rostro sudoroso como respuesta.

-Lo hice -murmuró-, indudablemente lo hice. Ya llegaré a eso. Comenzó primero por la noche, cuando me di cuenta que el sueño no se acompañaba de la pérdida de conciencia...

-El espíritu, por supuesto, nunca duerme. Sólo el cuerpo se vuelve inconsciente -agregó John Silence.

-Si, sabemos eso... teóricamente. Durante la noche, por supuesto, el espíritu se encuentra activo en alguna otra parte, y nosotros no conservamos recuerdos acerca del dónde ni del cómo, porque simplemente el cerebro se queda atrás y no recibe ningún registro. Pero me di cuenta que, mientras me mantenía conciente, también retenía la memoria. Había alcanzado el estado de conciencia continua, pues en las noches, con los primeros signos de somnolencia, entraba nolens volens al mundo de cuatro dimensiones.

Durante un tiempo esto sucedía frecuentemente, y no podía controlarlo; aunque más tarde descubrí un modo de regularlo mejor. Aparentemente el sueño es innecesario para el cuerpo superior... el tetradimensional. Sí, posiblemente. Sin embargo, hubiera preferido infinitamente el sueño insulso al conocimiento. Puesto que, incapaz de controlar mis movimientos, vagaba de allá para acá, atraído, debido a mi desarrollo parcial y prematura llegada, hacia partes de este nuevo mundo que me alarmaban más y más. Era la horrible desolación y el flujo de un mundo monstruoso, tan absolutamente distinto a todo lo que conocemos y vemos, que ni siquiera puedo dar una pista de la naturaleza de las visiones y objetos y seres en él. Más que eso, no puedo ni siquiera recordarlos. No puedo imaginármelos ahora ni para mí mismo, sino que sólo puedo evocar los recuerdos de la impresión que dejaron sobre mí, el horror y el devastador terror de todo eso. Estar en varios lugares a la vez, por ejemplo...

-Perfectamente -interrumpió John Silence, dándose cuenta del aumento de excitación del otro-, comprendo exactamente. Pero ahora, por favor, cuénteme algo más de este temor que experimentaba, y cómo lo afectó.

-No es desaparecer y reaparecer per se lo que me afecta -continuó el señor Mudge-, tanto como otras cosas. Es ver a la gente y los objetos en su extraña completitud, en sus formas reales y completas, eso es lo angustiante. Me he introducido a un mundo de monstruos. Caballos, perros, gatos, a todos los quería; personas, árboles, niños; todo lo que había considerado hermoso en la vida... todo, desde el rostro humano hasta una catedral... se me aparecía en un aspecto y forma diferente a todo lo que había conocido antes. En vez de ver su forma parcial en tres dimensiones, las veía completas... en cuatro. Tal vez no pueda explicarle por qué esto sería terrible, pero le aseguro que así es. Escuchar la voz humana proveniente de esta novedosa apariencia que difícilmente reconocía como un cuerpo humano, es espantoso, simplemente espantoso. Poder ver en el interior de todo y todos es una forma de discernimiento particularmente angustiosa. Estar tan confundido geográficamente como para encontrarme en un momento en el Polo Norte, y al siguiente en Claphan Junction... o posiblemente en ambos sitios a la vez..., es absurdamente terrorífico. Su imaginación le suministrará prontamente otros detalles sin multiplicar yo ahora mis experiencias. Pero usted no tiene idea lo que todo esto significa, y cómo sufro.

El señor Mudge interrumpió su jadeante recuento y se reclinó en la silla. Aún se aferraba fuertemente a los brazos como si pudieran mantenerlo en el mundo de la cordura y las tres dimensiones, y sólo una que otra vez soltaba su mano izquierda para enjuagar su rostro. Se veía muy delgado y pálido y extrañamente insubstancial, y observaba a su alrededor como si mirara a este otro espacio, sobre el cual había estado hablando.

John Silence también se sentía animado. Había escuchado cada palabra y había tomado muchas notas. La presencia de este hombre producía un efecto vivificante sobre él. Parecía como si el señor Mudge aún llevara consigo algo de aquella intensa condición del espacio superior que había estado describiendo. De cualquier forma, el doctor Silence había avanzado por sí mismo lo suficientemente lejos para darse cuenta que las visiones de esta extraordinaria y pequeña persona, tenían una base de verdad en su origen.

III.

Luego de una pausa que se prolongó por minutos, cruzó la habitación y abrió un cajón de su librero, sacando un pequeño libro de cubierta roja. Tenía un candado, y sacó una llave de su bolsillo y procedió a abrir las cubiertas. El brillo en los ojos del señor Mudge no lo dejó ni por un solo segundo.

-Señor Mudge -dijo por fin-, casi me parece una lástima curarlo. Usted está camino a descubrir grandes cosas. Aunque pudiera perder la vida en este proceso... me refiero a la vida acá, en el mundo de las tres dimensiones... no perdería, por lo mismo, nada de gran valor... perdone mi aparente rudeza, lo sé... pero podría ganar algo que es infinitamente superior. Su sufrimiento, por supuesto, se encuentra en el hecho de que usted alterna entre dos mundos y no está nunca completamente en uno u otro. Además, me atrevo a imaginar, aunque no puedo estar seguro de esto a través de ningún experimento personal, que usted incluso ha penetrado aquí y allá a un espacio de más de cuatro dimensiones, y de esta forma, ha experimentado el terror al que se refiere.

El sudoroso hijo del barquero de Essex y de una mujer de Normandía inclinó su cabeza varias veces asintiendo, pero no pronunció ninguna palabra como respuesta.

-Alguna extraña predisposición psíquica, que data sin duda de alguna de sus vidas pasadas, ha favorecido el desarrollo de su "enfermedad"; y el hecho de que usted no haya tenido un entrenamiento normal en la escuela o la universidad, que no esté guiado por el pobre intelecto hacia el culs de sac, falsamente llamado conocimiento, ha causado su excesivamente rápido movimiento a lo largo de las líneas directas de la experiencia interna. Nada del conocimiento que ha presagiado ha venido a usted a través de los sentidos, por cierto.

El señor Mudge, sentado en su silla inamovible, comenzó a estremecerse débilmente. Nuevamente pareció como si una brisa pasara sobre su superficie y como si de nuevo lo pusiera curiosamente en movimiento, como una pradera.

-Usted habla solamente para ganar tiempo -dijo con voz presurosa y titubeante-. Este pensamiento en voz alta nos demora. Vislumbro hacia dónde se dirige, por favor, apresúrese, porque algo va a suceder. Nuevamente una banda se aproxima por la calle, y si interpretan...si interpretan Wagner....saldré disparado en un destello.

-Precisamente. Seré rápido. Me dirigía al punto de cómo llevar a cabo su cura. Esta es la manera: simplemente debe aprender a bloquear las entradas... prevenir que los centros actúen.

-¡Es verdad, absolutamente verdad! -exclamó el hombrecito, evadiendo las profundidades de la silla-. ¿Pero cómo, en nombre del espacio, cómo puede eso lograrse?

-Mediante la concentración. Todos estos centros se encuentran dentro de usted, a pesar de que sean causas exteriores como el color, la música y otros elementos, los que lo guían hacia ellos. No puede esperar destruir estos elementos externos, sin embargo, una vez que las entradas están bloqueadas, le guiarán sólo hacia murallas de ladrillo y canales clausurados. No será capaz de encontrar el camino nuevamente.

-¡Rápido, rápido! -gritaba la figura que se sacudía sobre la silla-. ¿Cómo se lleva a cabo esta concentración?

-Este librito -continuó calmadamente el doctor Silence-, le explicará la manera-. Dio unos golpecitos sobre la cubierta-. Ahora, déjeme leerle algunas simples instrucciones y usted nunca más volverá a entrar al estado de espacio superior. Los accesos estarán bloqueados efectivamente.

El señor Mudge se irguió de golpe en su silla para escuchar, y John Silence aclaró su garganta y comenzó a leer lentamente, en un tono de voz muy claro. Mas antes de que hubiera pronunciado una docena de palabras, algo pasó. El sonido de la música de la calle penetró en la habitación a través de los ventiladores, ya que una banda había comenzado a tocar en en callejón de los establos, en la parte trasera de la casa... era la Marcha del Tannhäuser. Puede parecer muy extraño que una banda alemana aparezca dos veces dentro del lapso de una hora, en los mismos callejones y tocara Wagner, sin embargo, ese era el caso. El señor Racine Mudge la oyó. Lanzó un grito agudo y chirriante y nerviosamente enroscó sus brazos alrededor de la silla. Una mirada que daba pena y que no estaba lejos de las lágrimas se extendió sobre su pálido rostro. Grises sombras lo siguieron... el gris del miedo. Comenzó a luchar convulsionadamente.

¡Sujéteme firme! ¡Atrápeme! Por el amor de Dios, ¡manténgame aquí! Ya estoy en camino. ¡Oh, es espantoso! -gritó en tonos de angustia, su voz tan delgada como un junco.

El doctor Silence se precipitó hacia adelante para atraparlo, sin embargo, en un destello, antes de que pudiera cubrir el espacio entre ellos, el señor Racine Mudge, gritando y luchando, pareció dispararse hacia lo invisible. Desapareció como una flecha lanzada por un arco a una velocidad infinita, y su voz ya no resonaba en el aire externo, sino que de alguna curiosa manera, parecía hacerse audible a través de las profundidades del ser del propio doctor. Era casi como un débil cántico en su cabeza, como la voz de un sueño, una voz de visiones e irrealidad.

-¡Alcohol, alcohol! -gritaba débilmente, a la distancia- ¡deme alcohol! Es la manera más rápida. ¡Alcohol, antes de que esté fuera de alcance!

El doctor, acostumbrado a las decisiones rápidas y acciones aún más rápidas, recordó que había una botella de brandy sobre la mesa, y en menos de un segundo la había cogido y la sostenía hacia el espacio sobre la silla, recientemente ocupado por un visible Mudge. Pero, frente a sus propios ojos, y mucho antes de que pudiera abrir la tapa metálica, vio que el contenido del frasco cerrado se hundía y disminuía como si alguien estuviera bebiendo su licor con violencia y avidez.

-¡Gracias!¡Suficiente! ¡Espanta las vibraciones! -clamó la vocecita en su interior, mientras retiraba el frasco y lo restablecía sobre la mesa. Comprendió que la actual condición de un lado de la botella estaba abierta al espacio y que él podía beber sin remover la tapa. Difícilmente hubiera podido obtener una prueba más interesante acerca de lo que había estado escuchando, descrito en tal detalle.

Pero al momento siguiente... casi parecía que al mismo tiempo... , la banda alemana se detuvo a la mitad de su tonada... ¡y ahí estaba el señor Mudge, de regreso nuevamente en su silla, resollando y jadeando!

-¡Rápido! -chilló- ¡detenga a la banda!¡Envíelos lejos! ¡Sujéteme! ¡Bloquee las entradas! ¡Bloquee las entradas! ¡Deme el libro rojo! ¡¡¡¡Oh, oh, oh h h h!!!!

La música había comenzado nuevamente. Sólo había sido una interrupción momentánea. La Marcha del Tannhäuser había comenzado nuevamente, esta vez a un ritmo tremendo que la hacía sonar como un rápido paso doble, como si los instrumentos tocaran contra el tiempo. Sin embargo, la breve interrupción dio al doctor Silence un momento para reunir sus pensamientos disgregados, y antes que la banda hubiera llegado a la mitad del compás, se había precipitado sobre la silla y sujetaba al señor Racine Mudge, la pequeña víctima del espacio superior, en un abrazo de hierro. Sus brazos rodearon su diminuta persona, tomando al mismo tiempo una buena parte de la silla. Si bien no era un hombre grande, pareció sofocar por completo a Mudge.

Sin embargo, incluso mientras actuaba de esta manera, sintiendo la agitación bajo suyo, comenzó a deshacerse y a deslizarse como el aire o el agua. De algún modo, la madera del brazo de la silla se desenredaba de entre sus propios brazos y los del señor Mudge. Se llevó a cabo el fenómeno conocido como el paso de la materia a través de la materia. El hombrecito parecía estar realmente fundido con el ser del otro. El doctor Silence sólo pudo ver la cara por debajo suyo. Se arrugó y se volvió gris como debido a un gran esfuerzo interno. Oyó la delgada y fina voz clamando en su oído: "¡Bloquee las entradas, bloquee las entradas!. Y luego....pero, ¿cómo en el mundo describir aquello que es indescriptible?

John Silence se paró para observar. Racine Mudge, su rostro distorsionado más allá de todo reconocimiento, estaba haciendo un maravilloso movimiento hacia adentro, como si se contrajera sobre sí mismo. Se volvió como un embudo, como agua en un remolineante torbellino, y luego pareció quebrarse como se quiebra un reflejo y se divide, en la distorsión de un espejo convexo. No se movió ni hacia adelante ni hacia atrás, ni hacia la izquierda ni a la derecha, ni arriba ni abajo. Pero se fue. Se fue completamente. Simplemente se esfumó de la vista, como un proyectil desvaneciéndose.

-¡Todo menos una pierna! -El doctor Silence sólo tuvo el tiempo y la presencia de mente para sujetar el tobillo izquierdo y la bota del desaparecido, y a esto se aferró durante algunos segundos como a la torva muerte. Sin embargo, todo el tiempo supo que era algo estúpido e inútil. El pie estaba en su control por un momento, y al siguiente parecía... esta era la única manera que podía describirlo... estar dentro de su propia piel y huesos, y al mismo tiempo fuera de su mano y en todo su alrededor. De alguna manera sorprendente, parecía estar mezclada con su propia carne y sangre. Luego se había ido, y él se encontraba asiendo fuertemente sólo una corriente de aire tibio.

-¡Ido!¡Ido!¡Ido!-gritaba una débil y susurrante voz en algún lugar dentro de su propia conciencia. ¡Perdido!¡Perdido!¡Perdido!-repetía, haciéndose cada vez más débil hasta que finalmente se desvaneció en la nada, y los últimos signos del señor Racine Mudge se desvanecieron con ella.

John Silence cerró su libro rojo y lo repuso en el gabinete, el cual aseguró con un clic, y cuando Barker acudió al campanilleo, le preguntó si el señor Mudge había dejado una tarjeta sobre la mesa. Aparentemente lo había hecho, y cuando el sirviente regresó con ella el doctor Silence leyó la dirección y tomó nota de ella. Era en el norte de Londres.

-El señor Mudge se ha ido -le dijo tranquilamente a Barker, notando su expresión de alarma.

-No se ha llevado su sombrero, señor.

-El señor Mudge no necesita un sombrero donde se encuentra ahora -continuó el doctor, agachándose para atizar el fuego-. Pero podría regresar por él...

-¿Y el paraguas, señor?

-Y el paraguas.

-Si me lo permite, señor, él no salió por mi camino -tartamudeó el sorprendido sirviente, su curiosidad superando el nerviosismo.

-El señor Mudge tiene sus propias maneras de ir y venir, y las prefiere. Si llega a regresar por la puerta en cualquier momento, recuerda traérmelo inmediatamente, y se amable y gentil con él y no le hagas preguntas. Además, Barker, recuerda pensar agradablemente, compasivamente, afectuosamente en él mientras se encuentra ausente. El señor Mudge es un caballero que sufre mucho.

Barker hizo una reverencia y salió de la habitación de espaldas, jadeando y palpando dentro de su cuello con tres dedos de una mano, muy calientes.

Fue dos días después cuando trajo un telegrama al estudio. El doctor Silence lo abrió y leyó lo siguiente:

Bombay. Recién deslizado fuera nuevamente. A salvo. Entradas bloqueadas. Mil gracias. Dirección Cooks, Londres." MUDGE.

El doctor Silence levantó la mirada y vio a Barker mirándolo perplejamente. Se le ocurrió que de alguna manera conocía el contenido del telegrama.

-Haga un paquete con las cosas del señor Mudge -dijo brevemente-, y envíalas a Thomas Cook e Hijos, Ludgate Circus. Y envíalas allí en exactamente un mes a partir de hoy, marcada "Para ser reclamada".

-Sí, señor -dijo Baker, abandonado la sala con un suspiro profundo y echando una rápida mirada al papelero, donde su amo había tirado el papel color rosa.

Algernon Blackwood