Un Paisaje de Leyenda
Cuando te sientas en la barra de un pub con una cerveza en la mano y alguien te jura por san Andrés, patrón de estas tierras, que se ha encontrado con el famoso plesiosaurio -es decir, que ha visto a un dinosaurio que, en el mejor de los casos, se extinguió hace 65.000.000 de años, cuando ni tan siquiera existíamos los seres humanos- sólo puedes arquear las cejas, mirarlo con incredulidad y pensar que el whisky causa estragos en los que no saben beber; pero si escuchas esa misma historia a orillas del lago, junto a las ruinas del castillo Urquhart, no puedes evitar que un escalofrío te recorra la médula al mirar ese profundo espejo de negrura y sentir el viento mientras arrastra la bruma entre los bosques que rodean el hogar de Nessie. Entonces te das cuenta de que, allí, puedes creerte cualquier historia que cuenten porque, en ese lugar, hasta lo más absurdo cobra ciertos visos de realidad.
La culpa de todo la tiene ese paisaje de leyenda que envuelve a toda Escocia en un misterio y que ha inspirado, durante generaciones, a escritores como Robert Louis Stevenson ( "Doctor Jekyll y Mr. Hyde" ), Walter Scott ( "Ivanhoe" ), Arthur Conan Doyle ( "Sherlock Holmes" y "El mundo perdido" ) o J.K. Rowling y su conocido "Harry Potter". Un ambiente nebuloso, frío y húmedo que se convierte en el mejor terreno para cultivar relatos de kelpies (sirenas), nuckalavees (terribles demonios sin piel), sidhies (hadas) y otras criaturas como el bogeyman (la versión local del hombre del saco con el que nos amenazaban de pequeños si no comíamos toda la cena). Así se ha labrado un carácter tan propenso a las supersticiones que es difícil ignorarlas porque siempre hay una que se puede aplicar en cualquier momento; por ejemplo: si al amanecer ves un rayo de sol de color verde, ese día encontrarás el amor; pero si estás leyendo un libro y el reloj da las tres de la tarde, ten cuidado, no debes pasar la página porque si das la vuelta a la hoja y el papel está en blanco, morirás ese mismo día sin remedio.
Este apego por todo lo misterioso y sobrenatural es uno de los rasgos que tienen en común los escoceses y otros pueblos celtas como los bretones y sus tradiciones sobre Merlín y los druidas o los gallegos y sus meigas; pero no es el único: la dureza del clima atlántico, con su pertinaz lluvia, ha marcado un carácter melancólico y pesimista que da una gran importancia a las tradiciones, la historia y la familia; por eso, no se extrañe si al preguntar a un escocés -¿Qué tal estás?- sólo le responde con un lacónico -¡No estoy mal!-.
Supersticiosos, pesimistas… los escoceses acarrean además el sambenito de la tacañería, algo que les convierte en objeto de numerosos chistes, como en España ocurre con los habitantes de Lepe o en media Europa con los belgas. Dicen -los ingleses, por supuesto- que, en cierta ocasión, un escocés escribió a un periódico de Londres amenazando con no volver a pedir el periódico a su vecino para leerlo si en los artículos no dejaban de llamar tacaños a los escoceses.
El odio a sus vecinos del sur, la gaita, los cardos, los juegos tradicionales y la falda a cuadros (el kilt) son algunas de las señas de identidad más conocidas de un pueblo con justa fama de hospitalario; pero, sin duda, su imagen más difundida en todo el mundo se debe al whisky -único por el sabor de la cebada malteada, la turba y el agua de los manantiales del río Spey- y el golf, deporte que inventaron en el siglo XIV. Ambos son tan importantes para la economía local que puede hacer un "green" en cerca de 600 campos y probar la bebida nacional en cualquiera de sus más de 100 destilerías; incluso se dice -otra leyenda, claro- que los campos de golf tienen 18 hoyos porque una botella de whisky sólo da para llenar 18 vasos.
Con una extensión similar a la de Castilla-La Mancha, Escocia está situada en el norte de Gran Bretaña; tan al norte que Edimburgo -su capital- se encuentra a la misma latitud que Moscú y las islas Shetland, en el extremo más septentrional del país, están más cerca del círculo polar que del propio Londres. El Océano Atlántico y el Mar del Norte baten con fuerza las costas de la antigua Caledonia (nombre que le dieron los latinos) por tres de sus cuatro puntos cardinales, excepto por el sur, donde los montes Cheviot la separan -en todos los sentidos- de Inglaterra; un vecino con el que nunca ha tenido una relación especialmente cordial.
Los escotos, uno de los pueblos celtas que se refugiaron en las Tierras Altas durante la conquista romana, lograron imponer su dominio sobre los pictos, anglos y britones en el siglo IX cuando su jefe, Kenneth MacAlpin, fue nombrado rey de la Tierra de los Escotos; es decir, Scotland. A partir de entonces, la relación entre ingleses y escoceses estuvo marcada por la lucha de los primeros por lograr la anexión y la constancia de los segundos por mantener su libertad. Un deseo que se identifica con la figura de William Wallace -el famoso "Braveheart" de Mel Gibson- y con la victoria de Robert the Bruce en 1314,cerca de Stirling, sobre las tropas inglesas que dio a Escocia más de trescientos años de independencia.
Curiosamente, la unión definitiva de las dos coronas llegó en el siglo XVI de la mano de un escocés.
Cuando la reina Isabel I de Inglaterra -que tantos quebraderos de cabeza dio a la política de Felipe II con "La armada invencible"- murió en 1603 sin dejar descendencia; los nobles eligieron a Jacobo VI de Escocia para ocupar el trono; así, por un capricho del destino, el hijo de la reina escocesa María Estuardo -a la que Isabel I mandó ejecutar en 1587- se convirtió en rey de Escocia e Inglaterra. Tras la firma del Acta de Unión de los dos parlamentos (1707), sólo hubo un intento secesionista a mediados del siglo XVIII cuando las tropas del príncipe Carlos Eduardo Estuardo (tataranieto de aquel Jacobo VI) fueron derrotadas en Culloden, cerca de Inverness, en la que se recuerda como la última batalla librada en suelo británico.
Hoy en día, Escocia es uno de los cuatro países que forman parte del Reino Unido junto a Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte y, desde 1999, ha recuperado su autonomía legislativa con un renovado Parlamento que Isabel II inauguró en el verano de 2004 en plena Milla Real de Edimburgo.
Como dije, la leyenda del monstruo comenzó en el siglo VI cuando san Columbano -el monje irlandés que evangelizó Escocia- evitó que "un enorme animal parecido a una serpiente" atacase a un hombre que nadaba en el lago; sin embargo, la "monstruomanía" se desató a mediados del siglo XX cuando todos los periódicos británicos publicaron el encuentro de Mary Hamilton, en 1933, con "un animal de cabeza pequeña y cuello muy largo y delgado que debía medir 24 metros de largo".Había nacido el mito.
Los tabloides ofrecieron suculentas recompensas a todo el que facilitase información sobre el monstruo e incluso instituciones de tanto prestigio como el British Museum, el diario "The Times" o el Parlamento iniciaron sus propias investigaciones; en tan sólo un año se recopilaron más de 600 testimonios con descripciones de testigos que incluso aportaban imágenes, tanto fotografías como filmaciones, de lo que ya nadie dudaba que era un auténtico plesiosaurio; es decir, un dinosaurio marino del periodo jurásico.
Un año más tarde, en 1934, se tomó la famosa imagen de la cabeza del animal asomando fuera del agua; la foto se atribuyó al físico inglés Robert K. Wilson y muchos entusiastas la consideraron entonces como la prueba definitiva de la existencia del monstruo. Hoy en día, sin embargo, sabemos que fue un fraude. En 1993, un hombre llamado Christian Spurling confesó, en su lecho de muerte, que él y su hermanastro habían sacado aquella foto del "monstruo" atando un juguete a un flotador para vengarse del periódico que había despedido a su padrastro.
El fraude cayó como un jarro de agua fría entre los entusiastas de Nessie y puso en tela de juicio la investigación de muchos especialistas que, a pesar de todo, siguieron intentándolo -sin éxito, todo hay que decirlo- pues todavía no se ha podido demostrar con pruebas, y no con simples conjeturas, que un dinosaurio vive en el lago; y eso, a pesar de que se ha contado con los mejores equipos y con lo último en tecnología para escudriñar cada uno de siete mil millones de metros cúbicos de aguas, negras y oscuras como la boca de un lobo, donde no hace falta sumergirse hasta el fondo, a 225 metros de profundidad, para encontrarse envuelto en una total oscuridad pues, a pocos metros de la superficie, ya no se ve casi nada.
En 1972, una expedición de la Academia de Ciencias Aplicadas de Boston utilizó cámaras subacuáticas y un equipo de sónar para batir el fondo lacustre y, como resultado, obtuvieron la fotografía de una aleta. Nada concluyente, pero lo justo para que tanto los defensores como los detractores del monstruo utilizaran aquella nueva imagen como un símbolo para demostrar o rebatir, según el caso, sus propios teorías.
Un nuevo estudio, publicado por la prestigiosa National Geographic en 2003, recogió la opinión de algunos científicos que consideraban "una broma" la leyenda del monstruo; aún así, ninguno descartó la posibilidad de que en el lago viviese un gran animal, "pero, desde luego, no un plesiosaurio". Este animal podría ser un esturión, un pez teleósteo que vive en el mar pero que, en primavera y verano, remonta los ríos para desovar. El pez, que puede llegar a medir más de 5 metros y pesar unos 200 kg., es de color gris con motas negras en el lomo, donde tiene cinco filas de placas óseas -a modo de púas- grandes, duras y puntiagudas que terminan antes de llegar a su pequeñacabeza. ¿Podría ser éste el monstruo que ha visto emerger del lago tanta gente?
La teoría cuenta con la existencia de una falla que se formó en las glaciaciones, la llamada Glen Mor, que une el lago Ness con el Océano Atlántico y el Mar del Norte; desde el lago Linnhe y la ciudad de Fort William, al suroeste, pasa por el lago Lochy y desemboca en Inverness, la capital de las Tierras Altas, al noreste, siguiendo el cauce del río Ness. De esta forma, los esturiones (o el monstruo, según se crea) pueden remontar el río, llegar al lago y regresar al mar después de haber depositado sus huevos.
Sea lo que sea, más allá del mito, la leyenda es un excelente reclamo turístico para visitar las Tierras Altas de Escocia, las Highlands, y una excusa perfecta para conocer lugares tan emblemáticos como el castillo de Eilean Donan, los acantilados de Kilt Rocks, los jardines de Inverewe o las cascadas de Measach; sin olvidar que, a dos millas de Drummadrochit, junto al castillo Urquhart, la sociedad "Escocia Histórica" ha construido el centro de interpretación del lago y que allí puede embarcar en el "Jacobite Warrior" para dar una vuelta por el lago. Quién sabe, a lo mejor tiene suerte y ve a Nessie; si no, le aseguro que, al menos, habrá disfrutado durante unos días de un paisaje de leyenda.
C. Pérez Vaquero/D. García Carrera.
La culpa de todo la tiene ese paisaje de leyenda que envuelve a toda Escocia en un misterio y que ha inspirado, durante generaciones, a escritores como Robert Louis Stevenson ( "Doctor Jekyll y Mr. Hyde" ), Walter Scott ( "Ivanhoe" ), Arthur Conan Doyle ( "Sherlock Holmes" y "El mundo perdido" ) o J.K. Rowling y su conocido "Harry Potter". Un ambiente nebuloso, frío y húmedo que se convierte en el mejor terreno para cultivar relatos de kelpies (sirenas), nuckalavees (terribles demonios sin piel), sidhies (hadas) y otras criaturas como el bogeyman (la versión local del hombre del saco con el que nos amenazaban de pequeños si no comíamos toda la cena). Así se ha labrado un carácter tan propenso a las supersticiones que es difícil ignorarlas porque siempre hay una que se puede aplicar en cualquier momento; por ejemplo: si al amanecer ves un rayo de sol de color verde, ese día encontrarás el amor; pero si estás leyendo un libro y el reloj da las tres de la tarde, ten cuidado, no debes pasar la página porque si das la vuelta a la hoja y el papel está en blanco, morirás ese mismo día sin remedio.
Este apego por todo lo misterioso y sobrenatural es uno de los rasgos que tienen en común los escoceses y otros pueblos celtas como los bretones y sus tradiciones sobre Merlín y los druidas o los gallegos y sus meigas; pero no es el único: la dureza del clima atlántico, con su pertinaz lluvia, ha marcado un carácter melancólico y pesimista que da una gran importancia a las tradiciones, la historia y la familia; por eso, no se extrañe si al preguntar a un escocés -¿Qué tal estás?- sólo le responde con un lacónico -¡No estoy mal!-.
Supersticiosos, pesimistas… los escoceses acarrean además el sambenito de la tacañería, algo que les convierte en objeto de numerosos chistes, como en España ocurre con los habitantes de Lepe o en media Europa con los belgas. Dicen -los ingleses, por supuesto- que, en cierta ocasión, un escocés escribió a un periódico de Londres amenazando con no volver a pedir el periódico a su vecino para leerlo si en los artículos no dejaban de llamar tacaños a los escoceses.
El odio a sus vecinos del sur, la gaita, los cardos, los juegos tradicionales y la falda a cuadros (el kilt) son algunas de las señas de identidad más conocidas de un pueblo con justa fama de hospitalario; pero, sin duda, su imagen más difundida en todo el mundo se debe al whisky -único por el sabor de la cebada malteada, la turba y el agua de los manantiales del río Spey- y el golf, deporte que inventaron en el siglo XIV. Ambos son tan importantes para la economía local que puede hacer un "green" en cerca de 600 campos y probar la bebida nacional en cualquiera de sus más de 100 destilerías; incluso se dice -otra leyenda, claro- que los campos de golf tienen 18 hoyos porque una botella de whisky sólo da para llenar 18 vasos.
Con una extensión similar a la de Castilla-La Mancha, Escocia está situada en el norte de Gran Bretaña; tan al norte que Edimburgo -su capital- se encuentra a la misma latitud que Moscú y las islas Shetland, en el extremo más septentrional del país, están más cerca del círculo polar que del propio Londres. El Océano Atlántico y el Mar del Norte baten con fuerza las costas de la antigua Caledonia (nombre que le dieron los latinos) por tres de sus cuatro puntos cardinales, excepto por el sur, donde los montes Cheviot la separan -en todos los sentidos- de Inglaterra; un vecino con el que nunca ha tenido una relación especialmente cordial.
Los escotos, uno de los pueblos celtas que se refugiaron en las Tierras Altas durante la conquista romana, lograron imponer su dominio sobre los pictos, anglos y britones en el siglo IX cuando su jefe, Kenneth MacAlpin, fue nombrado rey de la Tierra de los Escotos; es decir, Scotland. A partir de entonces, la relación entre ingleses y escoceses estuvo marcada por la lucha de los primeros por lograr la anexión y la constancia de los segundos por mantener su libertad. Un deseo que se identifica con la figura de William Wallace -el famoso "Braveheart" de Mel Gibson- y con la victoria de Robert the Bruce en 1314,cerca de Stirling, sobre las tropas inglesas que dio a Escocia más de trescientos años de independencia.
Curiosamente, la unión definitiva de las dos coronas llegó en el siglo XVI de la mano de un escocés.
Cuando la reina Isabel I de Inglaterra -que tantos quebraderos de cabeza dio a la política de Felipe II con "La armada invencible"- murió en 1603 sin dejar descendencia; los nobles eligieron a Jacobo VI de Escocia para ocupar el trono; así, por un capricho del destino, el hijo de la reina escocesa María Estuardo -a la que Isabel I mandó ejecutar en 1587- se convirtió en rey de Escocia e Inglaterra. Tras la firma del Acta de Unión de los dos parlamentos (1707), sólo hubo un intento secesionista a mediados del siglo XVIII cuando las tropas del príncipe Carlos Eduardo Estuardo (tataranieto de aquel Jacobo VI) fueron derrotadas en Culloden, cerca de Inverness, en la que se recuerda como la última batalla librada en suelo británico.
Hoy en día, Escocia es uno de los cuatro países que forman parte del Reino Unido junto a Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte y, desde 1999, ha recuperado su autonomía legislativa con un renovado Parlamento que Isabel II inauguró en el verano de 2004 en plena Milla Real de Edimburgo.
Como dije, la leyenda del monstruo comenzó en el siglo VI cuando san Columbano -el monje irlandés que evangelizó Escocia- evitó que "un enorme animal parecido a una serpiente" atacase a un hombre que nadaba en el lago; sin embargo, la "monstruomanía" se desató a mediados del siglo XX cuando todos los periódicos británicos publicaron el encuentro de Mary Hamilton, en 1933, con "un animal de cabeza pequeña y cuello muy largo y delgado que debía medir 24 metros de largo".Había nacido el mito.
Los tabloides ofrecieron suculentas recompensas a todo el que facilitase información sobre el monstruo e incluso instituciones de tanto prestigio como el British Museum, el diario "The Times" o el Parlamento iniciaron sus propias investigaciones; en tan sólo un año se recopilaron más de 600 testimonios con descripciones de testigos que incluso aportaban imágenes, tanto fotografías como filmaciones, de lo que ya nadie dudaba que era un auténtico plesiosaurio; es decir, un dinosaurio marino del periodo jurásico.
Un año más tarde, en 1934, se tomó la famosa imagen de la cabeza del animal asomando fuera del agua; la foto se atribuyó al físico inglés Robert K. Wilson y muchos entusiastas la consideraron entonces como la prueba definitiva de la existencia del monstruo. Hoy en día, sin embargo, sabemos que fue un fraude. En 1993, un hombre llamado Christian Spurling confesó, en su lecho de muerte, que él y su hermanastro habían sacado aquella foto del "monstruo" atando un juguete a un flotador para vengarse del periódico que había despedido a su padrastro.
El fraude cayó como un jarro de agua fría entre los entusiastas de Nessie y puso en tela de juicio la investigación de muchos especialistas que, a pesar de todo, siguieron intentándolo -sin éxito, todo hay que decirlo- pues todavía no se ha podido demostrar con pruebas, y no con simples conjeturas, que un dinosaurio vive en el lago; y eso, a pesar de que se ha contado con los mejores equipos y con lo último en tecnología para escudriñar cada uno de siete mil millones de metros cúbicos de aguas, negras y oscuras como la boca de un lobo, donde no hace falta sumergirse hasta el fondo, a 225 metros de profundidad, para encontrarse envuelto en una total oscuridad pues, a pocos metros de la superficie, ya no se ve casi nada.
En 1972, una expedición de la Academia de Ciencias Aplicadas de Boston utilizó cámaras subacuáticas y un equipo de sónar para batir el fondo lacustre y, como resultado, obtuvieron la fotografía de una aleta. Nada concluyente, pero lo justo para que tanto los defensores como los detractores del monstruo utilizaran aquella nueva imagen como un símbolo para demostrar o rebatir, según el caso, sus propios teorías.
Un nuevo estudio, publicado por la prestigiosa National Geographic en 2003, recogió la opinión de algunos científicos que consideraban "una broma" la leyenda del monstruo; aún así, ninguno descartó la posibilidad de que en el lago viviese un gran animal, "pero, desde luego, no un plesiosaurio". Este animal podría ser un esturión, un pez teleósteo que vive en el mar pero que, en primavera y verano, remonta los ríos para desovar. El pez, que puede llegar a medir más de 5 metros y pesar unos 200 kg., es de color gris con motas negras en el lomo, donde tiene cinco filas de placas óseas -a modo de púas- grandes, duras y puntiagudas que terminan antes de llegar a su pequeñacabeza. ¿Podría ser éste el monstruo que ha visto emerger del lago tanta gente?
La teoría cuenta con la existencia de una falla que se formó en las glaciaciones, la llamada Glen Mor, que une el lago Ness con el Océano Atlántico y el Mar del Norte; desde el lago Linnhe y la ciudad de Fort William, al suroeste, pasa por el lago Lochy y desemboca en Inverness, la capital de las Tierras Altas, al noreste, siguiendo el cauce del río Ness. De esta forma, los esturiones (o el monstruo, según se crea) pueden remontar el río, llegar al lago y regresar al mar después de haber depositado sus huevos.
Sea lo que sea, más allá del mito, la leyenda es un excelente reclamo turístico para visitar las Tierras Altas de Escocia, las Highlands, y una excusa perfecta para conocer lugares tan emblemáticos como el castillo de Eilean Donan, los acantilados de Kilt Rocks, los jardines de Inverewe o las cascadas de Measach; sin olvidar que, a dos millas de Drummadrochit, junto al castillo Urquhart, la sociedad "Escocia Histórica" ha construido el centro de interpretación del lago y que allí puede embarcar en el "Jacobite Warrior" para dar una vuelta por el lago. Quién sabe, a lo mejor tiene suerte y ve a Nessie; si no, le aseguro que, al menos, habrá disfrutado durante unos días de un paisaje de leyenda.
C. Pérez Vaquero/D. García Carrera.
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