16.12.07

Munio de Finojosa

Las versiones del viaje impracticable de este caballero medieval son varias. Por ejemplo, José María Merino sitúa los acontecimientos alrededor del año 1100, y cuenta que don Munio, señor de Finojosa, era caballero tan principal que cabalgaba al frente de no menos de setenta jinetes.

Pasado un tiempo, de haber estado por allí para verlo, hubiéramos descubierto a nuestro hombre en los campos de Almenara, no lejos de Uclés –Cuenca– dándose mamporros otra vez con los infieles. Y aunque siempre había salido con bien de aquellas trifulcas, aquí la suerte le fue esquiva y un fatal tajazo le segó un brazo. De modo que allí se quedó, en mitad de la batalla campal, que cada vez pintaba peor para los cristianos.

Y al fin ocurrió lo inevitable, que fue herido de muerte. Y allí tenemos a don Munio Sancho de Finojosa apurando sus últimos sorbos de vida cuando Munio cayó en la cuenta de que su voto –viajar al Santo Sepulcro antes de morir– iba a quedar sin cumplir, de modo que miró al cielo y pidió perdón. Y es aquí donde sucede lo maravilloso. La leyenda afirma que aquel mismo día, en Jerusalén, el capellán del lugar estaba oficiando una rutinaria misa cuando irrumpió en el recinto un grupo de soldados polvorientos.

Quien encabezaba la mesnada no era otro que don Munio Sancho de Finojosa. Y se dio la casualidad de que el capellán de marras era justamente originario de Finojosa, con lo que no tuvo dificultad en reconocer al caballero. Así lo escribe Merino: “Concluida su oración, ante el asombro de todos los presentes, sus figuras se desvanecieron en el aire y de la plaza desaparecieron también sus caballos”. El patriarca quedó perplejo.

El fruto de sus pesquisas debió dejarle aún más aturdido, pues fue informado de que ese mismo día en que los caballeros estaban de hinojos en el Santo Sepulcro habían caído en combate ante los infieles.

Mariano F. Urresti